El que parece ser cristiano pero no lo es, no tiene cuidado de como vive su vida, ni su relación con la cruz que debería llevar, ni si está siguiendo verdaderamente a Jesús en todas las áreas de su vida o no.
El no tiene “hambre y sed de justicia” (Mateo 5:6). El cree que ya está “saciado”. “¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre” (Lucas 6:25). El cree que lo que tiene ya es suficiente. “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Ap. 3:17).
El verdadero discípulo mantiene el “hambre y sed de justicia” a lo largo de todo su peregrinaje en esta tierra.
Siempre cree que debe entregarse más. Siempre cree que aun no ha hecho nada por el Señor. Siempre se lamenta por su pecado. Siempre clama por santidad. Siempre quiere rendirse más, renunciar a más, morir más, conocer más, santificarse más, adorar más, predicar más, amar más.... siempre..... siempre... siempre.... (Filipenses 3:7-14).
El que no es discípulo se pregunta por qué no puede hacer esto y aquello como la gente de este mundo. El anhela el mundo y de vez en cuando lo disfruta, pero también quiere los beneficios del discípulo.
El discípulo hasta donde ve ha dejado este mundo atrás. Pero según pasa el tiempo cada vez ve más y más, y se da cuenta que le falta mucho por morir.
El que no es discípulo se pregunta qué beneficio tendría si deja esto o aquello.
El discípulo clama por ser inspeccionado por el Señor, por más luz del Espíritu Santo para morir más y así agradar a su Señor y contemplarle más abundantemente.
El quiere más de su Dios, y sabe que para vivir más debe morir más.
El ha comenzado este camino con “hambre y sed de justicia” y segundos antes de morir lo terminará con “hambre y sed de justicia”.
Jesús no dijo “bienaventurado el que alguna vez tuvo” o “el que ha tenido”. Sino “el que tiene hambre y sed de justicia”. Es un presente continuo al igual que cuando dice “para que todo aquel que en el cree no se pierda mas tenga vida eterna”.
Si dejáramos de creer no seríamos salvos. Si dejáramos de tener hambre y sed no seríamos saciados.
El discípulo nunca deja de tener hambre y sed.
Martyn Lloyd Jones: “Vemos al cristiano como a alguien que tiene hambre y sed y al mismo tiempo es saciado. Y cuanto más saciado es, tanta más hambre y sed tiene. Esta es la bendición de la vida cristiana. Sigue adelante. Se alcanza un cierto nivel en la santificación, pero uno no se detiene a descansar ahí por el resto de la vida. Se sigue cambiando de gloria en gloria hasta llegar al puesto que nos corresponde en el cielo” (“El sermón del monte”).
Lo cual no quiere decir que nunca se equivoque o que no pueda enfriarse en un momento.
Por el contrario cuando se equivoca llora y clama por santidad, y en el caso de enfriarse la convicción de pecado es insoportable.
El que no es discípulo puede pecar y luego volver como si nada en nombre de la “gracia”. Puede vivir livianamente su vida carnal y hasta enojarse porque alguien quiera corregirlo.
Al discípulo le duele la corrección pero es él mismo quien le pide a Dios por sus pecados: “líbrame de los que me son ocultos” (Salmo 19:12). El quiere ver sus errores porque quiere agradar a su Dios. Si el Señor usa a alguien para ello pronto se mostrará agradecido.
El discípulo sabe que Dios “ama la verdad en lo íntimo” (Salmo 51:6).
El que no es discípulo será un hipócrita ciego y creerá que mientras en la Iglesia piensen bien de él ya es suficiente.
Luis Rodas
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