Puedes leer la primera parte de esta serie en el siguiente enlace:
1- Una catástrofe llamada tibieza
En la primera parte de esta serie de artículos aprendimos un poco acerca de las fuertes palabras de Jesús a la congregación de Laodicea:
“Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente!
Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis 3:15,16).
Y analizamos algo de esa catástrofe llamada tibieza de la que hablaba el Señor.
Como escribió Mark Bates: “nuestro orgullo nos lleva al peligroso pecado de los laodicenses” ("The Letter to the Church Laodicea”).
Veamos el proceso común de la tibieza, y un resultado decisivo para nuestra vida diaria.
1- Engañado
La tibieza del tibio no lo deja ver su verdadera condición delante de Dios. El está cegado por su religión tibia. Jesús le dice a esta congregación: “NO SABES que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Apocalipsis 3:17).
¡Vaya catástrofe!
Es un estado en el que perdemos la noción de nuestra realidad ante Dios.
El tibio se engaña a sí mismo pensando que no está tan mal porque a veces se regocija al oír la Palabra. Y hasta encuentra un falso consuelo participando en una congregación doctrinalmente correcta, y aún más, si a eso le añade un amor por las disputas en redes sociales sobre temas innecesarios o verdades que imagina que no necesita vivir. Pelea por un remedio que en realidad nunca toma. O discute por el prospecto de una medicina que jamás tiene la intención de aplicarse a sí mismo.
2- Ha perdido toda sensibilidad
En su descuido, su estado ha emprendido un camino de regreso a las garras de su propia naturaleza carnal.
Y los resultados son realmente destructivos.
El apóstol Pablo analiza en Efesios 4:17-19 el estado en el que nos encontrábamos cuando vivíamos en nuestro “viejo hombre”.
El tibio, lentamente, en su “contristar al Espíritu Santo de Dios” (Efesios 5:30), va regresando a los efectos de su vieja naturaleza.
Ahora está volviendo a “la vanidad de su mente”:
Efesios 4:17: “Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente”.
H.C. Moule explica la palabra “vanidad” como “una ilusión, un espejismo, el vacío, el engaño, algo sin realidad. Confundir la verdad con la mentira, pecado con felicidad” (“Comentario de Efesios”. Cap. 11).
El tibio está volviendo a la “vanidad de su mente”.
¿Cómo?
En su nuevo nacimiento y en su caminar con Dios su entendimiento fue iluminado (Efesios 1:18). Y esto producía paulatinamente un “andar digno del Señor” (Colosenses 1:9,10). Ahora, en su descuido, su perspectiva de Dios y de sí mismo empieza a cegarse:
Efesios 4:18: “teniendo el entendimiento entenebrecido…”.
La Influencia activa de Dios en su vida se ve mermada, debilitada:
Efesios 4:18: “ajenos de la vida de Dios”
Su corazón se va insensibilizando:
Efesios 4:18: “por la dureza de su corazón”.
El Espíritu Santo habla al corazón del creyente amonestándolo contra los deseos de su carne. Pero ese creyente en vez de oír su voz va endureciendo su corazón (Hebreos 3:7-13; 5:11).
Cada día el pecado y el mundo pasan a ser minimizados. Lo que antes era un enemigo a combatir, ahora se empieza a disfrutar como licencias de la gracia:
Efesios 4:19: “los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza”.
En el caso de un incrédulo, él tiene ignorancia de Dios. Y es normal que viva ajeno de la vida de Dios y con su entendimiento entenebrecido. Pero el cristiano debe estar muy alerta de no volver a los deseos que tenía cuando vivía en ignorancia (1 Pedro 1:14-16).
Por esto la exhortación de Pablo es contundente: “Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo” (Efesios 4:20).
Y: “despojaos del viejo hombre” (Efesios 4:22).
Vomitado
El resultado decisivo del descuido del tibio es trágico.
Esto es muy bien reflejado en la “Confesión de Fe Bautista de 1689”: el peligro es “incurrir en el desagrado de Dios y entristecer a su Espíritu Santo, (así) al dañar (las) virtudes y consuelos (que Dios le concedió), se le endurece el corazón y se le hiere la conciencia… se acarrea juicios temporales… por caer en algún pecado específico que hiere la conciencia y contrista al Espíritu; por una tentación repentina y vehemente, porque Dios les retira la luz de su rostro” (Cap. 17. Art. 3 y 4).
O como expresó Henry Scougal: “Cada pecado voluntario trae un veneno mortal al alma y coloca una gran distancia con Dios… (Así las personas) son muy livianas a la hora de considerar estas cosas, y no son sensibles a sus faltas, a menos que sean muy groseras y abominables, y al resto lo ven como exageración.
Ay.... Cuanto orgullo y vanidad. Cuanta debilidad necia muestra su condición verdadera.
Estos puede que muestren algún terreno ganado en cierto momento, pero luego queda patente que su progreso real es muy pequeño y sus caídas muchas” ("The Life of God in the soul of man”. Pag. 50).
Así es como Jesús advierte a la Iglesia de Laodicea: “Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis 3:16).
Como ya dijimos, el tibio es un motor de vapor defectuoso que nunca llega al calor necesario para realizar el trabajo. Es una tierra, que en el estado en el que se encuentra, nunca dará verdadero fruto.
Solo el calor necesario nos dará la energía para realizar el trabajo.
Para esto, ¡necesitamos a Dios!
Por más énfasis que intentemos poner en estas últimas palabras, hermano, está claro, nunca expresaremos cuan absolutamente importantes y determinantes son.
Continuamos en la tercera parte de esta serie…
Luis Rodas
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