1- Una catástrofe llamada tibieza - Serie: "Cómo salir de la tibieza"



Jesús le advierte a la congregación de Laodicea: 
“Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente!
Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis 3:15,16).

¿A qué se refiere Jesús cuando los clasifica como “tibios”?
Para entender mejor esta expresión, puede sernos útil comprender la expresión “caliente”. Esta última está relacionada con la palabra griega “zéo”, lo mismo que “celo”, y se puede traducir como “ferviente, fervoroso, tener calor de sentimiento por o en contra de” (Diccionario BDAG).
Esta palabra describe una pasión por. Puede ser envidia, contiendas, algún interés propio, fama… La persona es movida apasionadamente por algo.
Esta es la raíz de aquel movimiento violento que buscaba liberar al pueblo de Israel de la opresión romana: los zelotes. Su nombre era debido al celo que decían tener por Dios y su pueblo. Este celo los llevaba a entregar sus vidas.

¿Cómo podemos experimentar este celo por Cristo?
Este celo es la vida de Dios en la persona que lo mueve a.
El apóstol Pablo insta a los hermanos en Roma: “sirvan al Señor con el fervor que da el Espíritu” (Romanos 12:11 - NVI).
John MacArthur explica que “la idea aquí no es la de enfervorizarse al punto de hervir fuera de control y rebosar, sino más bien algo similar a un motor de vapor que genera el calor suficiente para producir la energía necesaria para realizar el trabajo” (“Comentario de Romanos”. Pag. 205).

Es un ardor que lleva a la persona a entregar su vida.
Este era el celo que movió a Henry Martyn, misionero en la India a principios del siglo 19. Un día arrodillado en una playa de la India derramaba su alma ante el Señor: “Amado Señor, yo también andaba en el país lejano; mi vida ardía en el pecado... Heme aquí entre las tinieblas más densas, salvajes y opresivas del paganismo. Ahora Señor, quiero arder hasta consumirme enteramente por ti”.
Sirvió al Señor allí por 6 años y medio hasta que murió de tuberculosis.

El celo por Dios es imposible que te deje indiferente ante lo que sucede con la Iglesia. Como Jesús mismo. El entra al templo, y al ver el comercio en el que se había transformado el lugar que debería ser un centro de oración, se opone fuertemente. Y Juan 2:17 explicando, trae a memoria el Salmo 69:9: “el celo de tu casa me consume” (Juan 2:13-17).
Es ese “celo” que arde en el corazón, consume, “me devora” (explica A.T. Robertson).

Esto es lo que lleva a Elías a sufrir, y entrar en plena crisis (1 Reyes19:10).

¿Qué pasa cuando no tenemos este celo?
La tibieza no llega a la frialdad de aquel que rechaza al Señor y el mensaje del evangelio. ¡NO!
El tibio puede seguir congregándose y considerándose parte de la Iglesia.
Pero él está a mitad de camino. Tiene un poco de los dos. Un poco del frío y otro poco del calor.
Hace un momento leíamos que John MacArthur definía la vida de aquel que su corazón arde por Cristo, como “un motor de vapor que genera el calor suficiente para producir la energía necesaria para realizar el trabajo”.
El problema con la vida del tibio es que no tiene “el calor suficiente para producir la energía para realizar el trabajo”.
Por lo que nunca hace el trabajo. Nunca termina lo que debería hacer. Tiene momentos de emoción, pero esta no llega a ser “el calor suficiente para producir la energía para realizar el trabajo”.
Tiene chispazos. Momentos. Pero no es suficiente.
Participa de una reunión donde escucha sobre la importancia de la oración. Sale decidido a apagar ese televisor y clamar con todo su corazón. Pero lo que pronto se paga no es el televisor, sino su calor.
Escucha una predicación sobre el temor de Dios y la santidad, y se asegura que nunca más pensará ni mirará lo que no deber mirar. Pero a los dos días se encuentra que sus pasiones lo superan.
Lee un libro que lo motiva, inspira, y habla con otros con las palabras del escritor y tiene la esperanza de que ahora sí su vida cambiará. De pronto siente la pasión.
Pero tan pronto termina el libro, termina el celo.

El tiene picos, momentos, entusiasmos, subidas de temperatura, y eso es lo que lo mantiene tibio. Sino sería frío.
Y esto es lo que lo engaña.
Al ver que tiene momentos donde se emociona, cree que él no es tibio. El ha tenido tiempos de oración alguna vez, ha llorado ante Dios, la Palabra en algún momento le ha conmovido, hasta tal vez es activo en alguna área de la Iglesia, por lo que se dice: “Yo no soy tibio. Yo amo a Dios”.
No tiene relación genuina, viva, de ida y vuelta y constante con Dios. Pero como él se ve con ojos humanos, le parece que no está tan mal. No está como en algún otro tiempo que él considera que estaba en la cúspide, pero se compara con alguna otra persona que conoce y considera que tampoco está como ese otro.

El tibio puede llegar a orar en una reunión y hasta con lágrimas como Henry Martyn: “Señor, quiero arder hasta consumirme enteramente por ti”.
Pero la pura verdad es que nunca lo hará. ¿Por qué? Porque no tiene “el calor suficiente para producir la energía para realizar el trabajo”.

Puede agarrarle un vivo y repentino celo como el de Elías por un arranque de remordimiento, una película o un libro. Bajo esta emoción puede regalar el televisor, tirar un router, sermonear a su esposa 2 horas sobre la importancia de que oren juntos, y tomar decisiones llenas de emoción. Pero este celo no es más que una pequeña fiebre. Levanta un poco la temperatura normal pero no es la temperatura en la que vive.

El tibio es un motor de vapor defectuoso que nunca llega al calor necesario para realizar el trabajo.


Continuamos en la segunda parte de esta serie… 




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2 comentarios:

  1. Me siento muy identificado, seguiré leyendo, es una lucha muy intensa,si bien se mi posición en Cristo, me inquieta en algunos aspectos de mi vida.

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