"Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación" (Lucas 2:29,30).
José y María llevan a Jesús al templo para ser circuncidado al octavo día "conforme a la ley de Moisés" (Lucas 2:21-24). Y así encuentran otro hecho asombroso: "un hombre llamado Simeón" (Lucas 2:25), a quien "le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor", es "movido por el Espíritu" al templo (Lucas 2:26), y comienza a "bendecir a Dios" con las palabras que leímos al principio (Lucas 2:29-32).
Este "hombre justo y piadoso" (Lucas 2:25) posee una característica realmente a tener en cuenta: valora más la salvación en Jesús que el hecho de qué pasa con su propia vida en este mundo.
El dice: "despides a tu siervo en paz… porque han visto mis ojos tu salvación".
Dicho de otro modo: "Puedo morir tranquilo, he visto a Cristo, he visto la salvación".
¿Qué encuentra tan importante como para minimizar así lo que sucede con su propia vida?
Los ojos de Simeón han visto a Cristo.
¿Qué encuentra Simeón tan importante en Cristo?
Ahhh Señor, líbranos de vivir una vida, siendo ya creyentes, como si aún el diablo siguiera "cegando nuestro entendimiento para que no nos resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo" (2 Corintios 4:4).
Que podamos menospreciar nuestra vida en este mundo como Simeón, y cantemos como David: "Mejor es tu misericordia que la vida" (Salmo 63:3).
Luis Rodas
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