"Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo?
¿Quién morará en tu monte santo?
El que... hace justicia"
(Salmo 15:1,2)
David aquí pregunta a Dios: “Dios, ¿como puedo permanecer en comunión intima contigo?”
Dios, en palabras muy sencillas, responde a la pregunta de David: “cuida tus hábitos diarios”.
“Debes tener hábitos de justicia, hábitos santos”.
Un hábito es cualquier comportamiento repetido regularmente que manifestamos sin necesidad de pensarlo. Lo hemos aprendido y se ha hecho nuestra forma de reaccionar a determinado estímulo.
Por ejemplo: una persona dice que se enoja mucho cuando alguien le hace una broma.
Por lo tanto cada vez que se le hace una broma, se pone furioso y se va.
Esto es algo que se ha ido formando en la persona y ya no debe pensar mucho para repetirlo cada vez. Lo tiene tan incorporado que al instante, sin pensarlo, esta persona al ser el protagonista en una broma, se enojará y se irá.
El ha formado un hábito en su conducta.
¿Cómo se conduce en determinada situación?. Conforme a su hábito. A como habitualmente reacciona.
Por lo que podemos decir que la conducta de una persona está llena de hábitos. Algunos buenos y otros malos.
¿Qué haces al levantarte?. Cuando ves que alguien se equivoca, ¿cual es tu reacción habitual?. Ante las dificultades, ¿cómo reaccionas normalmente?…. etc, etc…
En 2 Pedro 2:14, Pedro está hablando de ciertos falsos maestros que entraban a las Iglesias y los describe: "tienen el corazón habituado a la codicia" (2 Pedro 2:14).
“Habituado” (“gumnázo” en griego): de este vocablo deriva nuestra palabra “gimnasio”.
Estas personas tenían un hábito ejercitado de codiciar. No era una actitud aislada. Era una práctica que a través del ejercicio continuo se había arraigado.
Un mal hábito de codiciar lo que no tenían.
En su momento le permitimos entrar y rápidamente se formo un hábito, un pensamiento anidado, una debilidad terca que no se quiere ir.
Como dice el viejo dicho: “siembra una acción y cosecharás un hábito”.
Si queremos progresar en nuestra comunión intima con Dios diaria, los que hemos nacido de nuevo, tenemos una tarea por delante: trabajar fuertemente en nuestros hábitos para “hacer justicia” (como nos ordena Dios en el Salmo 15:2 y 1 Timoteo 4:7-9).
Podemos, y debemos, orar para que Dios nos ayude. Pero luego debemos poner la disciplina y el esfuerzo de aquel que va al gimnasio.
¿El resultado?
De la misma manera que la conducta errada interrumpe nuestra relación intima con Dios, así, mientras la gracia de Dios avanza en nuestros hábitos experimentamos mayor cercanía de Dios en nuestro diario vivir.
De esta manera “la Palabra de Cristo (vuelve a) morar en abundancia (en nosotros)…. (y) cantamos con gracia en nuestros corazones al Señor” (Colosenses 3:16). Es en la comunión intima con Dios donde EL es “el Dios de nuestra alegría y de nuestro gozo” (Salmo 43:4). Disfrutamos del consejo de Dios en cada situación. Porque es en la comunión intima donde “nos guía por sendas de justicia” (Salmo 23:3). Como David en el Salmo 16:7, que dice: “Bendeciré a Jehová que me aconseja”. Y en el Salmo 25:5 pide: “Encamíname en tu verdad y enséñame”.
Mientras trabajamos en cerrar nuestra cisterna luchando por sustituir nuestros malos hábitos por hábitos piadosos, vemos los efectos del agua de vida corriendo en nuestro interior.
El viejo hombre va mermando y la gracia de Dios va creciendo en nosotros.
Por esto Pedro, ya anciano, a punto de morir, experimentado en el caminar con Dios, nos deja sus últimas palabras escritas llenas de sabiduría:
"Creced en la gracia" (2 Pedro 3:18).
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