“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito” (Juan 3:16).
Esto es determinante, fundamental y transformador, pero a pesar de ser tan importante, con el correr del tiempo uno tiende a olvidarlo.
En el fragor de la batalla diaria, en medio de las necesidades, de los ataques del enemigo y de nuestros tropiezos, podemos saber doctrinalmente que Dios nos ama, pero muchas veces deja de ser una realidad decisiva para nosotros.
Y como Satanás sabe que esto es tan importante se transforma en uno de sus ataques más reiterados.
El intenta de todas las maneras posibles hacernos creer que Dios está lejos nuestro. Como aquellos enemigos de David reflejados en el Salmo 3:2:
"Muchos son los que dicen de mí: No hay para él salvación en Dios".
Charles Spurgeon escribió al respecto hace muchos años:
“Si todas las pruebas que nos vienen del cielo, todas las tentaciones que ascienden del infierno, y todas las cruces que se levantan de la tierra pudieran mezclarse y oprimirnos, no podrían hacer una prueba tan terrible como la que está contenida en este versículo” (“The Treasury of David").
La idea detrás es: “Dios está lejos de ti. El ya no te ayudará. Has dejado de ser el amado por Dios”.
Pero Aquel que nos amó cuando éramos enemigos, ¿cómo dejará por un segundo de amarnos ahora que somos sus hijos?
Luis Rodas
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