“El que en él cree, no es condenado” (Juan 3:18).
¡Que seguridad tan indescriptible tenemos en estas palabras de Jesús a Nicodemo!
Cuando Dios nos declaró culpables en Su justo juicio, ¿qué podía estar a la altura de la condenación que merecíamos?
Dios dio algo que era absolutamente suficiente por el pago de lo que habíamos hecho: Su Hijo.
A la altura de nuestra maldad y transgresión, el Hijo de Dios “se hizo semejante a los hombres” (Filipenses 2:7), “participó de carne y sangre” (Hebreos 2:14), cumplió "con toda justicia” (Mateo 3:15), fue “obediente hasta la muerte” (Filipenses 2:8), cumplió con toda la ley de forma perfecta (Mateo 5:17), y luego se entregó a sí mismo en sacrificio por amor a los suyos.
Esta Persona, de la cual el Padre dice: “este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17), “hecho más sublimes que los cielos” (Hebreos 7:26), “Dios manifestado en carne” (1 Timoteo 3:16), por medio de quien fue todo y para quien fue creado todo (Colosenses 1:16), cuya sangre “se ofreció sin mancha a Dios” (Hebreos 9:14), fue el pago más completo y satisfactorio que podía ser proporcional a nuestra enorme culpabilidad.
La calidad del ser del Hijo de Dios vivió en completa justicia, muriendo por los que merecían ser condenados, es el pago absolutamente satisfactorio en calidad que el Juez justo recibe como suficiente.
Luego de semejante pago delante del Juez de la tierra, ¿quién podrá volver a acusar a los que están en Cristo? (Hebreos 9:13,14).
¿Ahora quién acusará a los que están en Cristo? (Romanos 8:1;30-34).
Thomas Brooks escribió en el siglo 17:
“La justicia mediadora de Cristo es tan perfecta, tan plena, tan exacta, tan completa y tan totalmente satisfactoria para la justicia de Dios que la justicia divina exclama: '¡Tengo suficiente y no necesito más! ¡He encontrado redención, y estoy completamente en paz contigo!'”
(“The Golden Key to Open Hidden Treasures”).
Luis Rodas
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