EL MISTERIO NO NIEGA NUESTRA FE. Primeros pensamientos del día.


"De todos mis enemigos soy objeto de oprobio,
y de mis vecinos mucho más, y el horror de mis conocidos;
los que me ven fuera huyen de mí.
He sido olvidado de su corazón como un muerto;
he venido a ser como un vaso quebrado.
Porque oigo la calumnia de muchos;
el miedo me asalta por todas partes,
mientras consultan juntos contra mí
e idean quitarme la vida"
(Salmo 31:11-13)

Hace poco visité al médico por un pequeño problema, y el hecho de comentarle que soy pastor de una Iglesia propició una extensa charla acerca de Dios y el sufrimiento. El me decía que si Dios realmente existiera, lo sentaría frente a él y le pediría que le explique todo el dolor y las atrocidades que ve como médico cada día en su consultorio. "Para mí", dijo él, "se trata de un monstruo".

Aunque a veces nos atrevamos a semejante arrogancia, el tópico "Dios y el sufrimiento" no puede ser resumido en pocas palabras, explicado como si se tratara de una receta de comida, o pretender saberlo y manejarlo como expertos en el tema.
Sin duda "Dios y el sufrimiento" incluye, lo que podríamos llamar, diferentes capas. Secciones que las Escrituras explican detalladamente y hallamos dirección allí (me mantuve en varios puntos de esta sección para responder a mi médico). Luego existen secciones que superan nuestro nivel de entendimiento, tiempo y conocimiento del plan completo, pero que por la fe encontramos consuelo y esperanza (31:15). Pero, debemos reconocerlo, más allá, por ahí bien en lo alto, en las capas superiores, hay secciones que simplemente nos trascienden por completo, y continuarán siendo parte del misterio que implica la relación entre seres humanos y el Dios de "insondables juicios e inescrutables caminos" (Romanos 11:33).

El reconocer con sinceridad este último punto, hermanos, no le quita fundamentos sólidos a nuestra fe.
Nunca, jamás, la certeza del hijo de Dios estuvo basada en tener respuesta para absolutamente todo lo referente a Dios y la vida. ¡NO!
El hijo de Dios no sólo cree por una obra sobrenatural e interna en él del Espíritu Santo (Romanos 8:16), sino que lo confirma año tras año en lo experimental (2 Pedro 1:16-18; Salmo 116:1,2), y en su progresar del conocimiento de Dios, encuentra que nunca es violentada la ley de la no contradicción.
En mi caso, lo he pensado muchas veces, me sería imposible ser creyente si las Escrituras hablaran, como enseñan algunos, de que el hijo de Dios ya no sufre, o presentaran un dios que puede ser comprendido por completo a través de un libro de apenas 66 secciones.

Lejos de provocar dudas en nuestra fe, el hecho de que las Escrituras utilicen la palabra "misterio" (Efesios 5:32; 1 Timoteo 3:16) y nos describan como "viendo oscuramente" en el presente (1 Corintios 13:12), es sumamente lógico. Es parte de nuestra convicción de lo que no se ve (Hebreos 11:1), y de la realidad que "las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros" (Deuteronomio 29:29).

David, al escribir este Salmo 31 es encontrado por alguna de aquellas realidades que dependiendo de cuantas preguntas nos hagamos al respecto, puede que no podamos encontrar respuestas totales en el presente.
El describe una situación de "angustia" donde "se han consumido de tristeza sus ojos, su alma y su cuerpo", siente que "su vida se va gastando de dolor, y sus años de suspirar, y se agotan sus fuerzas", mientras se "consumen sus huesos" (31:9,10).

No hemos depositado nuestra vida en la creación imaginaria de un hombre mejorado al que llamamos Dios (31:6), el cual actua como nosotros lo haríamos pero sin fallar.
Nuestra vida está en las manos del "Dios Altísimo" que nos ha revelado hasta donde nuestra capacidad débil y limitada lo ha permitido, pero que para todo el resto, agrega: "Esforzaos todos vosotros los que esperáis en Jehová, y tome aliento vuestro corazón" (31:24).  

Entendamos o no lo que EL pueda permitir en nuestra vida o en nuestros hermanos en la fe de diferentes épocas, la "convicción de lo que no se ve" nos permite tener certeza de que somos hijos de un Padre cuyo amor es total, perfecto e inigualable.







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