“Pero los mansos heredarán la tierra,
y se recrearán con abundancia de paz” (Salmo 37:11)
Podemos rastrear el origen de nuestros momentos donde la paz nos huye, en nuestra falta de mansedumbre.
Todas nuestras batallas del alma son auspiciadas por la ausencia de esta gran virtud.
Los mansos "se recrean con abundancia de paz”.
Thomas Watson (1620-1686):
"La mansedumbre hacia Dios implica dos cosas:
(1) Sumisión a Su voluntad
(2) Docilidad a Su Palabra
(1) La sumisión a la voluntad de Dios:
Cuando hacemos que nuestro caminar con Dios sea quieto, reposado, sin quejas, enojos o murmuraciones, bajo Su obrar en nosotros.
Como Elí dijo: '¡Jehová es, haga lo que bien le pareciere' (1 Samuel 3:18).
El cristiano de espíritu manso dice así: 'Que Dios haga lo que quiera conmigo, que me plante donde Su beneplácito así lo disponga, yo me someteré. Dios ve lo que es mejor para mí, si un suelo fértil o uno estéril. Que EL haga Su voluntad, para mí será suficiente lo que EL haga’.
Lo opuesto lo encontramos en Jonás y su espíritu rebelde. El lucha con Dios, y le dice: ‘Mucho me enojo, hasta la muerte’ (Jonás 4:9).
(2) Docilidad a la Palabra de Dios:
Cuando estamos dispuestos a que la Palabra moldee nuestras almas, y somos flexibles a todas sus leyes y principios.
Una persona es de espíritu manso cuando se ajusta a sí mismo a la mente de Dios, y no pelea con las instrucciones de la Palabra, sino más bien que su batalla es contra la corrupción de su corazón.
Las palabras de Cornelio hacia Pedro poseían un inconfundible sabor a espíritu manso: 'Ahora, pues, todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios, para oír todo lo que Dios te ha mandado' (Hechos 10:33).
Jesús dijo: 'Bienaventurados los mansos' (Mateo 5:5)
¡Que bienaventuranza y que felicidad encuentran aquellos que reciben la Palabra con mansedumbre! (Santiago 1:21)”.
(“The Beatitudes”)
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