“Ciertamente como una sombra es el hombre;
ciertamente en vano se afana;
amontona riquezas, y no sabe quién las recogerá.
Y ahora, Señor, ¿qué esperaré?
Mi esperanza está en ti” (Salmo 39:6,7)
Robert Murray McCheyne (1813-1843):
“Todo aquí está en proceso de desvanecerse.
No hay nada en la tierra que sea permanente. El dinero parece escapársenos, los amigos mueren. Todo, todo es como la hierba, y si algunas cosas son más bonitas o tienen mayor atractivo que otras, sin embargo, son solamente como la flor de la hierba, algo más ornamentadas, pero destinadas a desaparecer muy pronto.
Casi siempre el consuelo de este mundo es semejante a la calabacera de Jonás: crece sobre su cabeza ofreciéndole su sombra para librarle de sus aflicciones. Así Jonás tuvo mucho contentamiento con su calabacera. Pero Dios preparó un gusano y cuando el sol salió al día siguiente la secó.
Del mismo modo muchos consuelos y alegrías humanas crecen sobre nuestras cabezas dándonos su sombra y nos gozamos con nuestra calabacera; pero Dios prepara un gusano que la seca, y perecen tales consuelos.
Aquí no tenemos ciudad permanente, buscamos la por venir. Este mundo nos es un desierto.
Un cristiano experimentado mira todas las cosas de aquí como cosas perecederas, 'porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas’ (2 Corintios 4:18).
Y no sólo eso. Todo aquí se halla manchado por el pecado.
Aún la naturaleza misma (bosques, campos, etc.) está manchada por el pecado (Romanos 8:20). Los cardos y los espinos nos hablan de una tierra maldecida. Sobre todo vemos esto cuando miramos a las innumerables multitudes de impíos. 'Nosotros somos de Dios y el mundo entero está bajo el maligno’ (1 Juan 5:19).
El mundo rechaza al cristiano, no le ama. Aunque ustedes, cristianos, amen a los demás y estén dispuestos a ofrecer sus cuerpos para que ellos pasen por encima a la gloria y a la salvación, aun así, el que es del mundo no oirá.
Y, sobre todo, el pecado que anida en nuestro mismo corazón nos agobia y hace caer bajo su pesada carga haciéndonos sentir que este mundo realmente es un valle de lágrimas.
¡Ah! menospreciadores, si no tuviésemos cuerpo de pecado, ¡qué dulce esperanza y qué gloriosa experiencia la nuestra! Cantaríamos como lo hacen los pájaros en primavera”
(“The Sermons”. VIII)
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