“El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos; y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Lucas 4:18,19).
Esta era una profecía de Isaías que describía al Señor Jesús en plena acción (Isaías 61:1-3).
Como ya hablamos en los dos devocionales anteriores, el propósito de Jesús fue cumplir la voluntad del Padre y hacernos bien (Juan 6:38; Hebreos 10:7; Hechos 10:38; Mateo 20:28).
No llevó a cabo absolutamente ninguna acción buscando saciar a través nuestro alguna necesidad en EL.
¡EL no esperó nada de los hombres! Lo esperó TODO de Su Padre.
¿Y QUÉ DE NOSOTROS?
Examinémonos un poco a la luz de las palabras del Señor a los escribas y fariseos:
Ellos enseñaban la ley (Mateo 23:1,2) mostrándose como los más rigurosos maestros (Mateo 23:4), mientras en su vida privada ni se les cruzaba por la cabeza vivirlo ellos mismos (Mateo 23:3).
¿Qué los motivaba activamente?
Jesús dice: “Hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres" (Mateo 23:5).
No existía en ellos un amor por las personas, sino que su amor era por sentirse importantes. Los versículos 6 y 7 afirman: “AMAN los primeros asientos en las cenas, y las primeras sillas en las sinagogas, y las salutaciones en las plazas”.
Esto nos habla claramente de amor. Pero no hacia otros ni a Dios. Sino un amor propio. Autoestima.
Sus vidas estaban dedicadas diligentemente a alimentar su autoestima a través de lo que hacían supuestamente para Dios.
Y aún estaban dispuestos a matar por este desesperado amor propio (Mateo 23:34,35).
CUANDO ES ASÍ SUCEDEN BÁSICAMENTE ALGUNAS COSAS:
1- Si nadie ve lo que haces no encuentras motivación para seguir adelante
2- Si otros ven lo que haces pero no lo valoran pierdes el interés
3- Si otro recibe más reconocimiento que tú por la misma tarea que tú mismo haces te enojas
4- Si ponen a hacer a otra persona una tarea que tú crees que también puedes hacer, piensas enojado: “¿Por qué le dijeron a él y no a mí?”. Y tu corazón empieza a fabricar ideas oscuras de porqué lo eligieron a él y a ti no.
5- Te enojas con el liderazgo de la Iglesia porque no te dan todo el espacio que crees que mereces
6- En fechas especiales como tu cumpleaños esperas que los demás te manifiesten amor a la altura de todo lo que tú crees que mereces por el trabajo tan esforzado que has estado haciendo.
7- Buscas aliados que piensen igual de mal que tú acerca de las personas que están haciendo la tarea que a ti te gustaría que te confiaran, y acerca del liderazgo que supuestamente cometió ese terrible error de ponerlo a él y no a ti.
8- Cuando hablas tú o hablan de ti, participas entusiasmado en la conversación, sino te aburre.
9- Para considerar que algo fue un éxito te es suficiente que otros te elogien, sin preguntarte ni por un segundo cómo lo vio Dios
10- Se hace casi imposible corregirte, porque cualquier corrección va en contra de tu meta de sentirte valorado
11- Si das una opinión y no la toman en cuenta, te ofenderás. No piensas que quizás esa opinión no era buena, sino que te menosprecian.
12- Constantemente necesitamos nuevas dosis de aprobación de los demás.
13- Si alguien nos contradice nos vemos en la obligación de demostrar su error. Estemos o no estemos en lo correcto. Porque creemos que perderemos el tan ansiado e idolatrado respeto.
¡Cuidado!… este amor propio, si le dejas su curso, tiene la capacidad de hacer realmente la diferencia y llevarte absolutamente lejos del servicio al Señor...
Luis Rodas
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