“Venid en pos de mí” (Marcos 1:17).
Jesús conoce a sus primeros discípulos en Betábara (Juan 1:28;35-51).
Luego participan juntos de una boda en Caná y allí el Señor hace su primer milagro público (Juan 2:1-11), pasan unos pocos días por Capernaúm (Juan 2:12), celebran la pascua en Jerusalén, allí confronta a los líderes del templo, y una noche Jesús habla con Nicodemo (Juan 2:13-3). Luego pasa por Samaria y muchos creen en EL (Juan 4:1-42), vuelven a Caná y allí se separa por un tiempo de aquellos que serían sus discípulos (Juan 4:46). Regresa él solo a Nazaret y predica en la sinagoga, donde es rechazado violentamente (Lucas 4:16-30). Hasta que se establece en Capernaúm (Mateo 4:13-25; 9:1; Marcos 1:16-34; 2:1; Lucas 4:31-5:11).
Es aquí, en su regreso a la estratégica ciudad de Capernaúm, donde se produce algo precioso.
Si seguiste la cronología de los viajes de Jesús que recién detallé, habrás visto que Juan, Pedro y Andrés habían pasado por la máxima experiencia de su vida: vieron a Jesús en acción en Betábara, Caná, Jerusalén y Samaria. Pero luego al volver a Caná se separan y ellos vuelven a su trabajo habitual.
¿Puedes imaginarte algo así?
Quizás lo que puede ayudarnos a entender una milésima de esto es pensar en algún período de vacaciones donde realmente disfrutamos. O tal vez algún congreso cristiano que no querías que se termine nunca.
¿Verdad que fue difícil volver al trabajo el lunes siguiente?
Juan, Pedro y Andrés vivieron esto en el máximo porcentaje posible en esta tierra. Ellos habían estado con Jesús. Sus corazones ardían al oírlo, sus mentes volaban en mil pedazos al ver sus milagros, las horas parecían correr con la intensidad de un maremoto… y de pronto… de pronto… uhhh…. la despedida… el final...
Jesús en Caná sigue su camino y ellos vuelven a la pesca...
¡Terrible!
Pero aquí está...
Ellos volvían de una noche frustrante de trabajo. No sólo ya no estaban en la intensidad de la vida junto al Maestro, sino que para colmo de males habían intentado pescar toda la noche y sólo habían logrado cansarse.
Pero, por increíble que parezca, al llegar a la orilla… sí… allí estaba Jesús (Lucas 5:2). Y lo más glorioso: venía a llamarlos a seguirle de forma permanente (Mateo 4:19-22).
Ellos no lo dudaron… “dejándolo todo, le siguieron” (Lucas 5:11).
¿Acaso habrá algo más glorioso que seguir a Jesús?
Luis Rodas
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