Dos días largos de conferencia y ahora el descanso. Un momento para fraternizar un poco más entre los pastores predicadores del evento y comer algo.
Las risas corren por todo el lugar, las relaciones son distendidas, amables, graciosas.
Fue impresionante de ver el inmenso conocimiento de hechos deportivos de los presentes. Fechas, nombres, campeonatos, records, estadísticas, opiniones, consejos, burlas al grupo del equipo contrario... ¡Fue digno de ver! Allí había mucha dedicación, pasión, esmero y experiencia.
No importaba si se trataba de fútbol, basquet, tenis, beisbol, carreras o salto en largo... Nada quedaba fuera del conocimiento de cada pastor y era discutido y comentado con verdadero conocimiento y esmero.
¡Qué momento!
Hasta que el diácono Wilson, no se sabe si irónicamente o por simple despiste (suele hacerlo), de pronto dijo: "Qué gran tema el de este congreso, ¿no? ‘Que tu pasión diaria sea Dios’. Con qué fuerza predicó cada uno de ustedes. Qué bonito. ¡Los hermanos han quedado tan confrontados al escucharlos! Hasta el director de alabanza de esta congregación me dijo que reconocía cuanto tiempo pierde en su vida en distracciones absolutamente superficiales...".
De pronto, como si algún participante hubiera cometido esa blasfemia que está claro, jamás encontrará perdón, se hizo un silencio asesino en toda la mesa. Cada uno se acomodó en su asiento. El pastor Johannson tosió de forma amable, sonrió cortés y dijo algo como: "Bueno, hermanos, la congregación está muy agradecida de haber contado con todos ustedes". Y pasaron a la siguiente y última actividad.
La vida es así, siempre a alguien, por la razón que sea, se le ocurre ahogar los mejores momentos con un baño de realidad.
Luis Rodas
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Etiquetas:
Un cristianismo en fuga
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