¿A quién estamos deseosos de mostrar?



“Predicar el evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo”  (1 Corintios 1:17).

 Corinto, “para el tiempo que llegó Pablo, a principio de los años 50, se había vuelto no sólo la más grande, sino también la más próspera ciudad de toda Grecia” (Ben Witherington - “Conflict and Community in Corinth”. Pag. 80).
 Gordon Fee dice que "Corinto era como las ciudades de Nueva York, Los Ángeles y Las Vegas en una" (“The First Epistle to the Corinthians". Pag. 3).

 Esto los llevó a que "su orgullo cívico e individual creciera" (Plutarco - “Moralia". 831 A).
 Así “los corintios vivían dentro de una orientación cultural de 'honor-vergüenza', donde el reconocimiento público era a menudo lo más importante” (Ben Witherington - “Conflict and Community in Corinth”. Pag. 85).

 Bajo esta forma de buscar gloria los unos de los otros, la predicación se volvió una gran plataforma personal.
 Eran los años de oro de la filosofía y retórica griega, en la que los grandes oradores se volvían celebridades dentro de la sociedad.
 Los corintios buscaban esto mismo dentro de la Iglesia.
 Para los oradores griegos (llamados “sofistas”) “la retórica se volvió un fin en sí mismo. Pura ornamentación, elocuencia y despliegue para conseguir el agrado de las multitudes” (Ben Witherington - “Conflict and Community in Corinth”. Pag. 178).
 Para conseguir fama era más importante la forma que lo que se decía en sí.
 Por esto Pablo, como muy bien explica Simon Kistemaker, en el versículo que leímos al principio no se refiere a “'palabras de sabiduría' o 'sabiduría para hablar’, sino ‘sabiduría de palabras’” (“1 Corintios”. Pag. 59).

 Pablo no estaba interesado en ganar los aplausos de los corintios con “sabiduría de palabras” (1:17), “excelencia de palabras” (2:1), es decir a través del gran despliegue de la oratoria.
 Si lo hubiera hecho habría desplazado al mensaje de la cruz a un segundo plano, tomando el primer lugar él y su gran retórica.
 El mensaje quedaría desplazado por la atención a la forma del mensaje.

 Pero Pablo estaba concentrado, dedicado, a una tarea: el anuncio claro de un mensaje: el “predicar el evangelio” (1:17).
 La forma del mensaje estaba plenamente supeditada a que el mensaje se entendiera con toda claridad.

 En otras palabras: había dos focos en los que podía enfocarse:
  a) dejar claro el evangelio para el bien de los corintios.
 Así “la palabra de la cruz” salvaría poderosamente a los suyos (1:18)
  b) dejar claro la buena oratoria que tenía (“sabiduría de palabras”) para que los corintios lo alabaran a él.
 Así se haría “vana la cruz de Cristo” (1:17). El evangelio tomaría el segundo lugar y el estatus de Pablo el primero.

 ¿Nosotros?
 Cuantas veces he visto predicadores o músicos, nerviosos, por el miedo de que su participación no salga como les gustaría.
¿Qué estaremos realmente queriendo dejar claro?
 ¿Nuestro valor propio o el mensaje en sí?


Luis Rodas


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