Persistencia: la sumisión ante las Escrituras



DEJARNOS GOBERNAR POR LAS ESCRITURAS

 La persistencia que necesitamos ejercitar con respecto a la Palabra de Dios, no sólo se trata de adquirir información de forma diaria. Esa información debe gobernar lo que pensamos (Filipenses 4:8), hablamos (Tito 2:1) y hacemos (Filipenses 4:9).

 Mira cómo, según el Salmo 119, de esta forma el creyente genuino encuentra:
peldaños más seguros para caminar por este mundo:
“En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (119:11)

gozos verdaderos y eternos:
“Me he gozado en el camino de tus testimonios más que de toda riqueza” (119:14)

consuelo eficaz y sin falsas expectativas:
“Abatida hasta el polvo está mi alma; vivifícame conforme a tu palabra” (119:25)

protección ante las ansiedades diarias:
“Se deshace mi alma de ansiedad; susténtame según tu palabra” (119:28)

libertad de la vida sin sentido y engañosa:
“Aparta de mí el camino de la mentira, y en tu misericordia concédeme tu ley” (119:29)

libertad genuina sin confundirla con libertinaje:
“Y andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos” (119:45)

bendiciones que provienen de Dios:
“Estas bendiciones tuve porque guardé tus mandamientos” (119:56)

protección de desvíos que traen graves consecuencias:
“Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba, mas ahora guardo tu palabra” (119:67)

deleite santo:
“Tu ley es mi delicia” (119:77)

guía infalible para vivir:
“Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (119:105)

sabiduría para tomar decisiones:
“La exposición de tus palabras alumbra; hace entender a los simples” (Salmo 119:130)

victoria sobre los conflictos del corazón:
“Mucha paz tienen los que aman tu ley” (119:165)

admiración, gratitud y alabanza hacia Dios:
“Mis labios rebosarán alabanza cuando me enseñes tus estatutos” (119:171)

 Para esto una condición absolutamente necesaria es comprender que quien habla en las Escrituras (detrás del autor humano) es Dios (2 Timoteo 3:16). Y EL es nuestra autoridad a la cual nos sometemos sin cuestionamientos. Su Persona es 100% perfecta, y nosotros propensos al error y la fluctuación. Por lo que decimos junto al apóstol Pablo: “sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso” (Romanos 3:4).

 Más allá de lo que nos parezca a cada momento, Dios tiene razón. Por lo tanto nos dejamos gobernar por Su Palabra.
 Cuan claramente expresa esto Santiago: “Desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con MANSEDUMBRE la palabra implantada” (Santiago 1:21).

 Reconocemos en la Palabra de Dios nuestra autoridad ante la cual nos sometemos mansamente.

 Señor, que pueda decir sin fingimiento, como el salmista: “¡Oh, cuánto amo yo tu ley!” (Salmo 119:97).


Luis Rodas


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