“¿Acaso no lo entenderá el que pesa los corazones?
El que mira por tu alma, EL lo conocerá,
y dará al hombre según sus obras” (Proverbios 24:12)
Este versículo no habla de la salvación (2 Timoteo 1:9), sino de las recompensas (Mateo 16:27; Romanos 2:6; Apocalipsis 2:23).
William Gurnall (1617-1679):
“No lo dudes, Dios recompensará a sus obreros fieles.
No perderás el fruto de tu labor (2 Timoteo 1:12). Recibirás una recompensa más grande de lo que puedes concebir.
No trabajas en vano.
Mira la exhortación del apóstol Pablo: ‘Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre’. Y a esto agrega la promesa segura: ‘sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano’ (1 Corintios 15:58).
Bajo la expresión ‘tu trabajo en el Señor no es en vano’, entendemos que se trata del grande y eterno peso de gloria que nos excede, cual ninguna lengua de hombres o ángeles puede describir.
Los cristianos no nacieron de nuevo para estar cruzados de brazos. Dios no envía a sus siervos al mundo como si fuera un lugar de juegos y entretenimientos, sino que Dios los envía a su obra.
Y esto incluye diligencia, dolores y esfuerzos.
El cristianismo en las Escrituras es comparado muchas veces a tareas duras: es el correr una carrera, para la cual se entrenan todas las partes del cuerpo (1 Corintios 9:24-27)). Es el labrador que trabaja con esmero para arar la tierra y va sembrando hasta el cansancio su tierra (2 Timoteo 2:6). Es el soldado que lucha y atraviesa peligros (2 Timoteo 2:3).
La obra de los cristianos debe ser hecha con santo fervor: ‘fervientes en espíritu, sirviendo al Señor' (Romanos 12:11)"
(“The Christian’s Labour and Reward”).
No podemos trabajar para ganar nuestra salvación, pero si ya somos salvos, trabajaremos.
Somos llamados a trabajos eternos y recompensas que ascienden a los cielos.
¿No puedes? ¿Sabes que no eres competente para semejantes labores?.
El apóstol Pablo luchaba incesantemente por esta obra eterna bajo esta confianza: “no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios” (2 Corintios 3:5).
Luis Rodas
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