"¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento" (Mateo 3:7,8).
Juan el Bautista enfrentaba muchas veces a personas cuya "piedad" no era otra cosa que su manera de huir de su consciencia y la convicción de pecado.
Su corazón estaba realmente lejos de Dios pero con sus hechos externos se engañaban ellos mismos, a los demás, y hasta pretendían confundir a Dios (Isaías 29:13).
Juan el Bautista era una "voz que clamaba en el desierto" (Mateo 3:3) con toda claridad: "Arrepentíos" (Mateo 3:2).
Por las Escrituras podemos asegurar que si una persona nunca tuvo convicción de su pecado y arrepentimiento, esa persona no está en Cristo.
No hay salvación sin la obra previa del Espíritu Santo de dar convicción de pecado.
La persona puede tener una simpatía con la religión, puede pensar que hay un Dios (Santiago 2:19), puede creer que ese Dios le puede ayudar, puede sentirse bien al ir a la Iglesia, y hasta puede sentir interés por profundizar en temas, doctrinas e historias de la Biblia; y nunca genuinamente encontrar salvación en Cristo.
De hecho, el peor enemigo para la conversión de una persona es la religión sin convicción de pecado y arrepentimiento.
La persona va a la Iglesia, quizás le gusta el compañerismo de los hermanos, se siente útil y valorado al hacer cierta tarea, pero nunca ha experimentado algo fundamental: verdadero arrepentimiento.
Muchas personas que no están verdaderamente en Cristo se engañan a sí mismas simplemente aprendiendo la cultura de esa Iglesia.
Si están en una congregación donde su énfasis está en el poder de Dios, serán puro poder, milagros, positivismo y fuego.
Si están en una congregación donde todos apuntan a saber griego, hebreo y arameo, y sus conversaciones son sobre libros de Teología; el engaño pasará por solamente aprender términos teológicos raros y nombres de escritores y teólogos.
Si están en una congregación donde se habla del quebrantamiento, la humillación, el reconocer el pecado, el arrepentimiento y la gracia, pues sucederá que la persona aprenderá a verse muy humilde. Si lo oyes pensarás que Dios está trayéndonos un nuevo apóstol Pablo o John Bunyan. Pero sólo se trata de que ha estado aprendiendo nuestra cultura de Iglesia.
Juan el Bautista arriesgó su vida por predicar del arrepentimiento, y finalmente murió por hablarle de arrepentimiento a un gobernante (Lucas 3:18-20).
Nosotros por amor a las personas que Dios nos puso alrededor debemos hablarles del mensaje de arrepentimiento.
No para condenarlos. Sino para que tomen consciencia de su pecado y corran a Cristo genuinamente.
Luis Rodas
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