"Después que partieron ellos, he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José y dijo: Levántate y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto, y permanece allá hasta que yo te diga; porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo. Y él, despertando, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto" (Mateo 2:13,14).
Un ángel nuevamente se le aparece en sueños a José y es avisado para evitar que Herodes mate a Jesús.
¡Qué paradoja y qué humillación!
El "Señor de señores y Rey de reyes" (Apocalipsis 17:14) que todos los ángeles adoran (Hebreos 1:6), Aquel que "sustenta todas las cosas con la palabra de su poder" (Hebreos 1:3) y "todo fue creado por medio de EL y para EL" (Colosenses 1:16), en quien "habita toda la plenitud de la deidad" (Colosenses 1:19) y es "el Todopoderoso" (Apocalipsis 1:8); ni más ni menos que EL, decide "despojarse a sí mismo" (Filipenses 2:7) y "hacerse semejante a los hombres" (Filipenses 2:7) "participando de carne y sangre" (Hebreos 2:14).
Así se humilló a tal grado, que el Supremo Salvador se transforma en un indefenso niño que debe ser salvado por sus padres.
¿Puedes imaginar semejante humillación?
El Salmo 113:6 enseña que para Dios, en su condición gloriosa y santa, ya es una humillación "mirar en el cielo y en la tierra".
Míralo a Jesús estando entre nosotros necesitado de la ayuda de sus padres.
El Dios que supera el más alto pensamiento que podamos tener (Salmo 139:14), no por necesitar de algo, sino por Su mera voluntad, se humilla hasta lo sumo entre nosotros y es salvado por José de la ira de un gobernante impío.
¡Y pensar que a veces a nosotros nos cuesta reconocer que necesitamos ayuda de otros hermanos...!
Luis Rodas
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