Sin fruto
Ya estando nuevamente en China se encontraron con un nuevo problema: no tenían ningún tipo de fruto. Nadie quería a Cristo.
Al respecto escribió: “ya habían pasado más de trece años y la siega parecía todavía lejana”.
En aquel tiempo un misionero veterano le dijo que para poder dar fruto entre el pueblo de aquel lugar no debía mencionar el nombre de Jesús. Que simplemente se fuera acercando a ellos, y que luego de un tiempo, tal vez, podía hablar de Jesús.
Al contar esto a su esposa, Goforth dijo indignado: “¡Nunca! ¡Nunca! ¡NUNCA!”
Y continuó hablando claramente de su Salvador.
Hasta que Goforth se quebró. Pasó un tiempo buscando desesperadamente a Dios y clamando por Su obra. Ya no quería más luchar con sus propias fuerzas, sino que el Señor hiciera Su obra sobrenatural entre aquella gente.
Clamó con todo el corazón junto a los otros misioneros en aquel lugar y comenzaron a confesar pecados.
De pronto Dios empezó a actuar.
Una noche, un local alquilado donde hacían las reuniones se llenó de una gran multitud de gente que quería oír la predicación, al punto que no entraban.
Goforth predicó sobre el texto: “Mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6). Casi todos quedaron quebrantados y convencidos de pecado, y empezaron a clamar: “Queremos seguir a ese Jesús que murió por nosotros”.
A partir de ahí su gran lema era: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu” (Zacarías 4:6).
En una ocasión contó: “Al subir al púlpito me arrodillé un momento como de costumbre, para orar. Cuando miré para el auditorio, parecía que todos los hombres, mujeres y niños en la iglesia estuvieran con dolores de juzgamiento. Las lágrimas corrían abundantemente y hubo confesión de toda especie de pecados. ¿Cómo se explica eso?"
Luis Rodas
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