Continuamos viendo la vida de George Whitefield:
Pasaba cada día ocho horas en oración y estudio de la Palabra.
Se cuenta que en una de sus visitas a Estados Unidos “pasó la mayor parte del viaje a bordo, solo en oración”.
Alguien escribió sobre él:
“ Su corazón se llenó tanto del Cielo que anhelaba por un lugar donde pudiera agradecer a Dios; y solo durante horas lloraba conmovido por el amor consumidor de su Señor”.
Ante el consejo de sus doctores de no continuar su incesante actividad, Whitefield insistía: “Prefiero desgastarme que oxidarme.”
El escribió:
“Temprano en la mañana, al medio día, al anochecer y a la media noche, de hecho durante el día entero, mi amado Jesús me visitaba para renovarme el corazón. Si algunos árboles cerca de Stonehouse pudieran hablar, contarían acerca de la dulce comunión, que algunas almas amadas y yo disfrutamos allí con Dios, siempre bendito. A veces, cuando estaba de paseo mi alma hacía tales incursiones por las regiones celestiales que parecía lista a abandonar el cuerpo. Otras veces, me sentía tan vencido por la grandeza de la majestad infinita de Dios, que me postraba en tierra y le entregaba el alma como un papel en blanco, para que él escribiera en ella lo que deseara. Nunca me olvidaré de una noche en especial. Relampagueaba en exceso, predicaba para muchas personas y algunas estaban recelosas de volver a casa. Me sentí dirigido a acompañarlas, aprovechar el momento y la oportunidad para animarlos a que se prepararan para la venida del Hijo del hombre. ¡Oh que gozo sentí en mi alma! ¡Después de volver en cuanto algunos se levantaban de sus camas asombrados por los relámpagos que andaban por el suelo, un hermano y yo nos quedamos adorando, orando, exaltando a nuestro Dios y deseando la revelación de Jesús del Cielo, una llama de fuego!”
En otra ocasión escribió:
“El mensaje quebrantó los corazones de muchos de los presentes y las lágrimas corrían por sus rostros. La palabra era más cortante que una espada de dos filos, el llanto y los gemidos alcanzaban a tocar el corazón más endurecido. Algunos tenían el semblante pálido, como la palidez de la muerte; otros torcían las manos llenos de angustia, otros se postraron en el suelo al tiempo en que otros caían y eran recibidos en los brazos de amigos. La mayor parte del pueblo levantaba los ojos al Cielo, clamando y pidiendo la misericordia de Dios. Mientras los contemplaba, pensaba en una sola cosa: el gran día. Parecían personas que habían despertado por la última trompeta, saliendo de sus tumbas para el juicio”.
“El poder de la presencia divina nos acompañó hasta Daskinridge, donde los arrepentidos lloraban y los salvos oraban unos con otros. La indiferencia de muchos se trasformó en asombro, y el asombro en una gran alegría. Alcanzó todas las clases sociales, edades y caracteres. La embriaguez fue abandonada por aquellos que eran dominados por el vicio. Los que habían practicado cualquier acto de injusticia, se arrepintieron. Los que guardaban rencor, pidieron perdón. Los pastores se quedaron unidos al pueblo por un vínculo más fuerte que la compasión. Los cultos se iniciaron en los hogares. Los hombres fueron motivados a estudiar la Palabra de Dios y a tener comunión con el Dios del cielo”.
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