“En la hermosura de la gloria
de tu magnificencia,
y en tus hechos maravillosos meditaré” (Salmo 145:5)
¡Cuán enormemente decisivo es progresar en conocer a Dios!.
Toda nuestra opinión de la vida y de nosotros mismos cambia, al conocerle más a EL.
Juan Calvino (1509-1564):
“Casi toda la suma de nuestra sabiduría, que de veras se deba tener por verdadera y sólida sabiduría, consiste en dos puntos: a saber, en el conocimiento que el hombre debe tener de Dios, y en el conocimiento que debe tener de sí mismo.
Es cosa evidente que el hombre nunca jamás llega al conocimiento de sí mismo, si primero no contempla el rostro de Dios y, después de haberlo contemplado, desciende a considerarse a sí mismo. Porque estando arraigado en nosotros el orgullo y soberbia, siempre nos tenemos por justos, perfectos, sabios y santos, a no ser que con manifiestas pruebas seamos convencidos de nuestra injusticia, fealdad, locura y suciedad; pero no nos convencemos si solamente nos consideramos a nosotros y no a Dios, el cual es la sola regla con que se debe ordenar y regular este juicio.
De aquí procede aquel horror y espanto con el que, según dice muchas veces la Escritura, los santos han sido afligidos y abatidos siempre que sentían la presencia de Dios. Porque vemos que cuando Dios estaba alejado de ellos, se sentían fuertes y valientes; pero en cuanto Dios mostraba su gloria, temblaban y temían, como si se sintiesen desvanecer y morir.
De aquí se debe concluir que el hombre nunca siente de veras su bajeza hasta que se ve frente a la majestad de Dios.
Muchos ejemplos tenemos de este desvanecimiento y quebranto en el libro de los Jueces y en los de los profetas, de modo que esta manera de hablar era muy frecuente en el pueblo de Dios: 'Ciertamente moriremos, porque a Dios hemos visto' (Jueces 13:22; Isaías 6:5; Ezequiel 1:28; 3:14...).
Y así la historia de Job, para humillar a los hombres con la propia conciencia de su locura, impotencia e impureza, utiliza siempre como principal argumento, la descripción de la sabiduría y potencia y pureza de Dios.
Porque vemos cómo Abraham, cuanto más llegó a contemplar la gloria de Dios, tanto mejor se reconoció a sí mismo como tierra y polvo (Génesis 18:27); y cómo Elías escondió su cara no pudiendo soportar su contemplación (1 Reyes 19:13); tanto era el espanto que los santos sentían con su presencia.
¿Y qué hará el hombre, que no es más que podredumbre y hediondez, cuando los mismos querubines se ven obligados a cubrir su cara por el espanto? (Isaías 6:2).
Por esto el profeta Isaias dice que el sol se avergonzará y la luna se confundirá, cuando reinare el Señor de los Ejércitos (Isaías 24:23; 2:10,19); es decir: al mostrar su claridad y al hacerla resplandecer más de cerca, lo más claro del mundo quedará, en comparación con ella, en tinieblas"
(“Institución de la Religión Cristiana”).
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