En un momento de tranquilidad en la boda de la hija menor de la familia Smith el diácono Wilson decidió abordar al pastor.
“Pastor Johansson, ¿no cree usted que deberíamos presentar una imagen institucional más humilde como congregación? Quizás hacer unos vídeos de usted yendo a algún barrio marginal o algo así”.
“¿Por qué se te ocurre semejante cosa hermano?”
“Bueno, nosotros hemos estado en la cresta de la ola en los últimos años por fomentar la sana doctrina y el regreso a las Escrituras. Creo que una imagen suya y de la congregación más humilde, cercana, haría que la gente lo viera más creíble. Creo que sería una gran convalidación de nosotros como los grandes abanderados de la Iglesia defensora de la verdad de nuestro tiempo”.
El pastor Johansson con una leve sonrisa como quien se enternece por la hermosa candidez de un niño, levantó su mirada y le explicó suavemente:
“Hijo, no estás entendiendo. Es verdad, algunos quieren ver a hombres humildes, actitudes similares a las de Cristo el Señor. Pero… aunque ahora te sorprenda, ya lo verás… son los menos… ¿Por qué piensas que Isaías escribió de Jesús: ‘Despreciado y desechado… fue menospreciado y no lo estimamos’ (Isaías 53:3)?… Simplemente porque hoy sería igual de menospreciado que en el primer siglo. La gente quiere ver grandes hombres, famosos, importantes, con éxito, grandes Iglesias, lujo… ¿Por qué piensas que el Emerson Theological Seminary es tan prestigioso? Por el lujo que tiene y lo caro que es. Sí, enseñan algunos buenos profesores, está claro. Pero, créeme hermano amado, cree a este viejo pastor, la imagen es decisiva para la mayoría”.
El diácono Wilson, estoy seguro más por vergüenza de no haberse dado cuenta antes que por algún tipo de celo vivo, respondió: “Ehhh… pero… pastor… ¿No está de moda hoy en día esto de la sana doctrina, de ser más como Jesús, de la defensa de la verdad?”.
“Sí Wilson… sí… pero el viejo y querido ego transciende toda moda, época y movimiento. La gente ve a esos grandes predicadores montados en aquellas enormes plataformas de lujo firmando dedicatorias en sus libros y viajando por todo el mundo, y la enorme mayoría piensa: ’Sin duda este es un gran hombre de Dios’. ¿Sabes por qué?”… Y dejó una buena pausa… como la del sabio anciano que está por dar la clave de la vida…
“La gente quiere ser grande… Todavía se sigue tratando de subir, ascender, ganar, ser apreciado, admirado… Vamos… la escalera del éxito de toda la vida… El viejo y amado deseo de poder… ¡Esa es la razón!… !Es esa mi hermano!”
El diácono Wilson simplemente se odió a sí mismo… ¿Cómo pudo abordar al pastor con semejante tontería?…
Luis Rodas
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Etiquetas:
Un cristianismo en fuga
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