Consejos - Henry Scougal



1- Debemos rechazar toda clase de pecado
Si deseamos que nuestras almas estén moldeadas bajo el marco santo, progresar en la participación de la naturaleza divina y que Cristo sea formado en nuestros corazones, debemos resolver y cuidadosamente procurar evitar y abandonar todo vicio y práctica pecaminosa.
Con estas cosas no se puede hacer un tratado de paz, hasta que depongamos aquellas armas de rebelión con las que luchamos contra el cielo; ni podemos considerarnos fuera de peligro, si diariamente alimentamos su veneno.
Cada pecado voluntario trae un veneno mortal al alma y coloca una gran distancia con Dios; y no podemos esperar tener nuestros corazones purificados de afectos corruptos a menos que limpiemos nuestras manos de nuestros vicios.
Ahora, en nuestros casos no podemos excusarnos a nosotros mismos pretendiendo imposibilidad.
Nosotros tenemos autoridad sobre nuestro cuerpo y debemos crecer en éste poder. Y esto debe ser dominado y ejercitado.
Soy consciente de que nuestras corrupciones son fuertes y las tentaciones muchas, y esto requerirá un gran esfuerzo de mayordomía y resolución, de vigilar y tener cuidado con nosotros mismos.

2- Debemos saber que cosas son pecaminosas
Primero debemos informarnos cuales son aquellos pecados de los cuales debemos abstenernos.
Y en esto no debemos medirnos por las reglas de este mundo, y aún debemos tener cuidado con aquellos que nos rodean. La mayoría de la gente es muy liviana a la hora de considerar estás cosas, y no son sensibles a sus faltas, a menos que sean muy groseras y abominables, y al resto lo ven como exageración.
Ay.... Cuanto orgullo y vanidad. Cuanta debilidad necia muestra su condición verdadera.
Estos puede que muestren algún terreno ganado en cierto momento, pero luego queda patente que su progreso real es muy pequeño y sus caídas muchas.
Sí nosotros queremos limpiar nuestro caminar debemos tener cuidado de acuerdo a la Palabra de Dios. Y esa palabra que es 'es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón', ciertamente descubrirá muchas cosas que son pecaminosas que pasan por inocentes a los ojos del mundo.
Imitemos al salmista cuando dice: 'En cuanto a las obras humanas, por la palabra de tus labios
Yo me he guardado de las sendas de los violentos' (Salmo 17:4).
Consideremos las palabras de nuestro bendito Salvador (como por ejemplo ese divino sermón dado en el monte), los escritos de sus santos apóstoles, donde podemos encontrar la medida exacta para nuestras acciones.
Y, luego, nunca miremos al pecado como algo liviano y sin necesidad de fuerte consideración, sino fuertemente  persuadidos de que aún los pecados más pequeños forman algo abominable a los ojos de Dios y perjudicial para las almas de los hombres. Y que sí tenemos un correcto sentido de las cosas, nos sentiremos profundamente afectados por aún las mínimas faltas como lo somos por los altos crímenes.

3- Debemos resistir las tentaciones del pecado
Debemos luchar contra aquellas cosas que descubrimos que son pecado, y nos costarán como si nos cortáramos una mano o nos arrancáramos un ojo.
¿Debemos simplemente sentarnos y esperar que las dificultades se vayan y las tentaciones terminen? Así estaríamos imitando al tonto reflejado por el poeta que esperaba todo el día al lado del río hasta que todo el agua termine de pasar.
Nosotros no debemos ser indulgentes con nuestras inclinaciones.

4- Debemos guardar una constante vigilia sobre nosotros mismos
No será suficiente el considerar estas cosas una y otra vez, ni el formar resoluciones de abandonar nuestros pecados, a menos que mantengamos una guardia constante y estemos continuamente vigilándolos.
A veces la mente se despierta al ver las tristes consecuencias de una vida impía, y ahí resolvemos una reforma en nuestra vida. Pero, ay... volvemos a caer dormidos y perdemos esa perspectiva que teníamos de las cosas, y luego las tentaciones toman ventaja. Ellas nos reclaman y empujan continuamente, y ganan nuestro consentimiento antes de que nos volvamos conscientes.
Es una necedad y ruina de la mayoría de las personas vivir en aventuras e involucrarse en todo lo que llega a su camino sin tener cuidado.
Si queremos que nuestras resoluciones surtan efecto debemos tener cuidado de nuestros caminos,  poner 'guarda a la puerta de nuestros labios' (Salmo 141:3), examinar los impulsos que se despiertan en nuestros corazones, hacerles decir de donde vienen y hacia donde se dirigen. Si vienen del orgullo o de alguna pasión, de alguna corrupción o impiedad.

5- Alejarnos del amor al mundo
Debemos desprender nuestros afectos de las cosas creadas y de todos los placeres y entretenimientos de la vida inferior, que hunden y debilitan las almas de los hombres y retardan sus movimientos hacia Dios y el cielo. Y en esto nos ayuda el trabajar para que crezca en nuestras mentes una profunda persuasión de la vanidad y el vacío de los goces mundanos.
Esto es algo que muchos de nosotros como cristianos decimos con respecto al mundo,  pero, ¡ay!, ¿cuantos realmente entendemos o creemos lo que decimos?
No tenemos ninguna impresión profunda en nuestro espíritu del sin sentido de éste mundo. No sentimos la verdad que pretendemos creer. Podemos decir que toda la gloria y esplendor, todos los placeres y goces del mundo son vanidad y nada; y sin embargo, estas naderías ocupan todos nuestros pensamientos, y se elevan hacia todos nuestros afectos; ahogan las mejores inclinaciones de nuestra alma, y nos engañan y seducen a pecar.
Puede que en un estado de ánimo sobrio rechacemos estas cosas, y resolvamos que ya no nos dejaremos engañar por ellas; pero esos pensamientos rara vez sobreviven a la próxima tentación. Las vanidades que hemos expulsado hacia la puerta consiguen no irse del todo.  Todavía hay algunas pretensiones, algunas esperanzas que nos seducen; y después de habernos frustrado una y mil veces al descubrir que el mundo promete mucho pero no cumple nada, volvemos otra vez a repetir el experimento.  Apenas el menor cambio de circunstancias, el más mínimo cambio de disfraz, ya es suficiente para hacernos volver a caer en la trampa como si fuera la primera vez, y otra vez somos engañados esperando tener alguna satisfacción en lo que tantas veces nos engañó y dejó vacíos.
Si lográramos salir de todo eso realmente, y llegáramos a un genuino y profundo desprecio de las cosas mundanas, vaya si sería un avance muy importante en nuestro camino.

El alma del hombre es de una naturaleza vigorosa y activa, y tiene en ella una sed ardiente e inextinguible, siempre aferrándose a un objeto u otro pensando que lo va a hacer feliz, y volviéndose al mundo y a todos los goces hechizantes que existen debajo del sol, en vez de buscar más excelentemente en el Ser Supremo y Todo-Suficiente, donde descubriría la más alta belleza y dulzura.

El amor del mundo, y el amor de Dios, son como los dos lados de una balanza. Cuando un lado baja por su peso, el otro se levanta. Cuando nuestras inclinaciones naturales prosperan, y la criatura es exaltada en nuestra alma, la piedad es débil, y comienza a languidecer; pero cuando los objetos terrenales se marchitan y pierden su belleza, y el alma comienza a enfriar y desechar su persecución de ellos, entonces las semillas de la gracia comienzan a echar raíces y la vida divina comienza a florecer y prevalecer. Esto redunda, por lo tanto, en darnos convicción del vacío y vanidad de los goces terrenales, y nuestro corazón razona desprendiéndose del amor hacia todo eso.

Paremos y preguntémonos: ¿Para qué lado de la balanza quiero que se incline mi corazón?
¿Pueden los placeres ausentes de sentido satisfacer a un alma racional e inmortal? ¿No he probado estas cosas ya? ¿Van a tener un gusto superior y me darán mañana más contentamiento que ayer, o el año que viene de lo que me dio el último año?
Pero seguro mis antiguos placeres se muestran más agradables y prometen justos y plenos, antes de que los alcancé; como el arco iris, se ve muy glorioso a una distancia, pero cuando me alguien se acerca ve que se trata sólo de vacío y vapor.

Sí, mi querido amigo, estoy seguro de que has tenido grandes experiencias del vacío y la vanidad de las cosas humanas.
Podemos ver en nuestra vida el diseño de la divina Providencia para desprender nuestros afectos de toda cosa aquí abajo. Las inclinaciones de nuestra alma adorando las cosas del mundo nos han enseñado a despreciarlas; y hemos encontrado por la experiencia, que ni los dones de la naturaleza, ni las ventajas de las riquezas, son suficientes para la felicidad. Que cada rosa tiene su espina, y puede haber un gusano en el fondo de la calabaza más tentadora.
Por lo tanto, Dios ha preparado el terreno para que nuestro corazón pueda ser desatado del mundo, y que no tenga ningún rival en nuestro afecto por EL, que ningún objeto inferior pueda usurpar ese lugar.

(Extraído del libro "The Life of God in the soul of man").


Luis Rodas


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