Puedes leer los artículos anteriores de esta serie en los siguientes enlaces:
1- Una catástrofe llamada tibieza
2- Cómo se llega a la tibieza
3- Una necesidad con diligencia del verdadero creyente
En el artículo anterior vimos que el escritor de Hebreos nos exhorta con gran amor:
“Es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos” (Hebreos 2:1).
Para explicarlo de una manera gráfica, nosotros éramos un huerto muerto, seco y oscuro. Gálatas 5:19-21 describe perfectamente la condición de nuestro huerto: “adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías y cosas semejantes a estas”.
Pero de pronto, en nuestra salvación, el Señor dio por muerto nuestro huerto, y nos confió uno nuevo. Gálatas 5:22,23 describe un huerto precioso, lleno de árboles frutales y cultivos sanos y vivos: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”.
Este era un huerto de vida, lleno de la luz del sol de Dios, dando frutos divinos, dignos de “glorificar a nuestro Padre que está en lo cielos” (Mateo 5:16).
Vida y luz brotaban de él.
La gracia de Dios lo había creado.
Pero en vez de ser cuidadosos con él, creímos que quien fue misericordioso una vez y nos lo dio, no solo lo cuidaría por nosotros, sino que si se volvía a arruinar, él nos daría otro.
Pero no fue así.
El huerto lentamente se llenó de estorbos, suciedad, plagas, enfermedad.
Sin darnos cuenta se cayó sobre una parte del huerto un toldo que tapó casi por completo el sol. En otra parte la maleza creció tanto que comenzó a ahogar el huerto.
Y la falta de agua trajo casi una sequedad total.
Por lo que, de la vida abundante, quedó solo un recuerdo.
¿Cómo llegó a ese estado horrible, oscuro, maloliente y “ajeno de la vida de Dios” (Efesios 4:18)?
Simple: El descuido.
Algunas preguntas
¿Has pensado que el huerto que te confió Dios se cuidaría solo? ¿Has pensado que no era “necesario” regar, limpiar y cuidar?
¿Has pensado que tú te echas a dormir porque da lo mismo qué haces con el huerto que se te confió?
Tal vez has mirado tu estado de descuido, y en la triste tibieza te diste a ti mismo un reporte de que todo sigue igual.
Lo terrible es que… debes saberlo… no sigue igual. Nunca sigue igual…
Algo sucedió. Algo se endureció, algo se cerró, el Espíritu Santo se fue apagando. No sonó ninguna alerta con luces rojas ni ruidos. Pero algo sucedió. Y en el momento no nos dimos cuenta. Y menos ahora cuando la tibieza ha crecido aún más.
El mandato de Dios no deja sombra de duda: “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Filipenses 2:12).
La razón de por qué podemos hacer semejante cosa es bien clara también: porque Dios es quien nos ha confiado lo necesario para esta obra:
“porque Dios es el que produce en vosotros el querer como el hacer” (Filipenses 2:13). El nos ha concedido “todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad” (2 Pedro 1:3). Por esto debemos “poner toda diligencia” (2 Pedro 1:5).
Nos fue confiado un huerto, y nuestra “necesidad” es cuidarlo, regarlo y limpiarlo cada día.
Como escribió Juan Calvino: "Cuando el Padre nos exhorta a añadir virtud a nuestra fe' (2 Pedro 1:5), no nos atribuye una parte de la obra, como si algo hiciéramos por nosotros mismos, sino que únicamente despierta la pereza de nuestra carne, por la que muchas veces queda sofocada la fe" (“Institución”. Pag. 231).
Tal vez has empezado con mucho temor de Dios, devoción, gratitud y amor. Y no podías hacer otra cosa que maravillarte por lo hermosa que era la vida de Dios en ti.
EL era, como refleja Apocalipsis 2:4,5, tu “primer amor”, pero “has caído”. Te has “deslizado” (Hebreos 2:1).
El “descuido” te ha lleva “corriente abajo” (F.F. Bruce).
Has permitido negligentemente lo que nunca deberías haber permitido.
Y eso ha dado su fruto en ti.
¿Has pensado que podías mirar y desear eso que sabías que no debías, sin pagar las consecuencias?
¿Has pensado que podías dejar entrar todos esos pensamientos y que eso no daría fruto?
¿Has pensado que podías endurecerte para no sufrir y que eso no afectaría tu corazón con Dios?
¿Has pensado que podías no orar y dejar de regar tu huerto y que no pasaría nada?
¿Has pensado que podías desobedecer al Señor y que esto no cambiaría mucho las cosas?
Pero un poco de levadura leuda toda la masa (1 Corintios 5:6).
¿Has pensado que mirar cualquier cosa en la televisión cada noche no tenía nada de malo?
¿Has pensado que como no quedabas consumido al instante por Dios, no era tan grave?
Es cierto, no has muerto como Ananías y Safira, pero tu huerto muestra claramente que no es lo mismo ser diligente en tu caminar con Dios que no serlo.
Juan Calvino explica: “Dios nos ha prescrito un camino para glorificarlo, a saber, la piedad, que consiste en la obediencia a Su Palabra” (“Corpus Reformatorum”. 49:51)
Continuamos en la quinta parte de esta serie…
Luis Rodas
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Etiquetas:
Cómo salir de la tibieza
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MUCHAS GRACIAS x cada día darnos estos pensamientos. y AGRADECIDOS A DIOS por su vida Pstor
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