Que la culpa no siga definiendo tu futuro



“Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados” (Mateo 9:2).

Está por todos lados.
Una chica de 25 años mantuvo relaciones íntimas con cierto hombre rebelándose a todas las advertencias de sus padres. Ella a pesar de lentamente encontrarse con las terribles consecuencias de este error, no le cuenta a nadie que él la golpea, lo justifica, y hasta discute si alguien se atreve a señalar alguna falla.
¿La razón?
Su lucha es con la culpa. Extrañamente cree muy en lo oculto de su corazón, que si reconoce la realidad tendrá que afrontar algo devastador: todos estos años fueron un error.
Algo en su interior aconseja con sigilo oscuro: “si asumes que te has equivocado la culpa te aplastará. No podrás levantarte de este fracaso. Todos se darán cuenta lo que eres. Todos te menospreciarán. Al menos si continuas intentándolo ellos mantendrán la duda”.

La profesora llama a los padres de cierto niño cuya conducta se ha vuelto insostenible. Ella simplemente quiere ver la forma de ayudar. Pero los padres, ante la menor insinuación, comienzan a enojarse y echarle la culpa a la ineptitud de la profesora, la poca paciencia de la institución, la complejidad del sistema educacional, y el frío de la mañana.
Algo oculto en su corazón, los impulsa sin pensarlo, a descargar su frustración e ira en aquella bien intencionada profesional.
¿Por qué?
La culpa.
Ese día todos sus fracasos como padres, el tiempo perdido con aquel niño, el mal ejemplo, las discusiones matrimoniales y un sin fin de realidades, se les vienen encima como un vendaval y optan por lo que parece más sano: huir de la culpa a como de lugar.

Y un ingrediente agrava todo esto en muchos casos.
Estos son casos normales aún entre gente que se congrega en Iglesias cristianas y ha oído infinidad de veces acerca de cómo encontrar el fin de la culpa en Cristo Jesús.

¿Has fracasado?
¿El resultado de tus descuidos te ha alcanzado?
¿Has llegado al fin de aquello que te advirtieron y no hiciste caso?
¿Cada vez que piensas en cierta situación de tu pasado te desanima?

En Cristo, estas palabras a aquel hombre reflejado en Mateo 9:2, siguen absolutamente vigentes: “Ten ánimo, hijo; tus perdonados te son perdonados”.
Sí, fracasaste, no estuviste a la altura, fue tu culpa, dañaste.
Pero esa palabra, a este hombre, tiene gran importancia: “ten ánimo”. Que la culpa no siga definiendo tu futuro.
“Ten ánimo” aquí es una invitación a nueva acción acerca del fracaso. Un volver a levantarse en el perdón total en Cristo.

Reconoce tu culpa, analiza las terribles consecuencias de la desobediencia a Dios.
Pero no te quedes sólo ahí. Si corres a Cristo, hay un fin de la culpa, y la gracia disponible para empezar de nuevo y encontrar la restauración en tus fracasos que sólo Dios puede hacer.


Luis Rodas


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