Las Escrituras enseñan que no todas las personas que asisten a una congregación cristiana han nacido de nuevo. Y de hecho, puede haber congregaciones donde muchas personas asisten regularmente, pero no están en Cristo.
1- FALSOS CREYENTES Y CREYENTES TIBIOS
Necesitamos entender algo MUY importante: dentro de congregaciones:
1- pueden haber personas que imaginan que se están relacionando con Dios, pero en realidad se están engañando a sí mismas. No han nacido de nuevo, no han sido salvadas genuinamente en Cristo. Tienen una religión humana que practican por diversas razones, pero, como Jesús alguna vez dijo a ciertos escribas y fariseos: “de labios honran a Dios, pero su corazón está lejos de EL” (Mateo 15:8).
2- pueden haber personas que sí han nacido de nuevo, sí han sido salvadas genuinamente en Cristo. Pueden recordar un tiempo en que experimentaron el gozo de la salvación, la obra inequívoca del Espíritu Santo, el deleite en Dios y su Palabra, el ardor por la salvación de otros, la esperanza viva en los cielos, el amor por sus hermanos, corazones que adoraban a Dios por encima de todo.
Pero, lamentablemente, en el descuido, retrocedieron y sus vidas actualmente se pueden confundir en algunos aspectos con aquella persona que asiste a una congregación sin haber nacido de nuevo jamás. Todo ese vigor espiritual que alguna vez fue una realidad en ellos hoy apenas les recuerda que algo anda mal.
Estas personas contristaron al Espíritu Santo como habla Efesios 4:30, disminuyeron la influencia del Espíritu Santo en su vida personal o aún en la de la congregación, “apagaron al Espíritu” como dice 1 Tesalonicenses 5:19.
Tristemente cualquier cantidad de congregaciones, ministerios y creyentes particulares, descuidan su relación con Dios y continúan como si todo siguiera igual.
Pero… ¡no es lo mismo!
2- AUTOESTIMA ALTA
Vamos a ver una de las señales de cómo se vería una Iglesia con gente lejos de Dios.
Jesús subió a un monte y comenzó a predicar:
Mateo 5:3:
“Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”.
Aquí Jesús destaca una actitud vital. En todo un largo sermón, el Señor primero destaca esto.
La expresión “bienaventurados” (“makários” en griego), describe a los felices, benditos, bienaventurados, más favorecidos, no según el mundo, sino según Dios. Los privilegiados para decirlo de alguna manera. Aquellos a los que les irá bien, según el Creador del Universo.
“Bienaventurados los pobres en espíritu”.
¿Qué es ser “pobre en espíritu”?
El “pobre en espíritu” es aquel que está experimentando la cercanía de Dios y puede ver su verdadera condición.
William Hendriksen: “Son los que se han convencido de su pobreza espiritual. Han llegado a ser conscientes de su miseria y necesidad. El viejo orgullo ha sido quebrantado. Han comenzado a clamar: “Oh Dios, sé propicio a mí, pecador” (como el publicano en Lucas 18:13). Tienen un espíritu contrito... Comprenden su completa miseria, y nada esperan de sí mismos, todo de Dios” (William Hendriksen - “Comentario de Mateo”. Pag. 203).
Esto no sólo es insustituible para la salvación. Es insustituible para practicar una genuina relación con Dios. Es insustituible para vivir en Dios. Es insustituible para no fracasar como cristiano cada día. Es insustituible para servir a Cristo sea lo que sea que nos haya llamado a hacer.
Aquí es donde un creyente se cae o se levanta.
El reino de los cielos no es de los que se consideran fuertes o de aquellos que pretender deslumbrar a Dios con sus propias virtudes. El reino de los cielos es de aquellos que dependen de Dios. No se quedan de brazos cruzados esperando que Dios haga algo. NO. Antes de salir a su batalla diaria claman a Dios y confían en EL para hacer lo que no podrían hacer solos:
“Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”.
Cuando una persona está lejos de Dios pierde la medida de su propia pobreza espiritual. El orgullo ciego empieza a crecer y se cree que es lo que en realidad no es.
La soberbia tiene mucho que ver con la ignorancia (un ejemplo lo encontramos en 1 Timoteo 6:4).
Supongamos que convivo todo el tiempo con personas que casi no saben leer y escribir. Cuando menciono alguna palabra apenas más compleja ellos no entienden. Cualquier dato histórico para ellos es algo absolutamente nuevo y sorprendente. Y ellos me dicen todo el tiempo que yo soy un genio.
Pronto el orgullo empieza a crecer en mí y me creo un erudito, alguien de conocimiento elevado. Pero en realidad supongamos que apenas terminé los estudios secundarios.
De pronto, sucede algo imprevisto: tengo que viajar y ahora me encuentro con personas que han terminado carreras universitarias, algunos han hecho postgrados en otros países, y otros han destacados en investigaciones en física e ingeniería.
¿Resultado?
Ahora estoy humillado… Me siento que sé muy poco… La realidad externa me puso en mi verdadero lugar.
¡Eso es lo que le sucede a una persona cuando está lejos de Dios pero asiste a una congregación regularmente!
El, en vez de medirse ante Dios y lo que Dios le va dejando ver de sí mismo, se mide con lo que imagina que es (nos encanta pensar que somos magníficos. Para lo malo nuestro somos hiper misericordiosos, y lo que hacemos bien nos encanta que todos lo vean), y se mide con otras personas en la congregación.
¿El resultado?
El mismo que aquel ejemplo del hombre que convive todo el tiempo con gente que apenas sabe leer y escribir: orgullo ciego. Envanecimiento. Un pensar de uno mismo irreal.
De hecho, hasta algo muy común es mirar a otros en la congregación y buscar sus errores. Eso hace que suba nuestra percepción de nosotros mismos. “Mmm ¿cómo puede ser que haga eso? Terrible… No entiendo cómo puede actuar así”. Instantáneamente levanta nuestra autoestima. Si los demás están mal, nos comparamos con ellos y nos vemos muy bien.
Por supuesto esto no nos lo vamos a decir a nosotros mismos de este modo. Nos vamos a engañar y decirnos a nosotros mismos y a los demás muchas otras cosas. Pero la realidad oculta en el corazón es esta.
¿La solución?
En el ejemplo que puse la perspectiva de sí mismo del hombre cambió cuando viajó y conoció personas realmente inteligentes y preparadas. Eso le mostró su verdadera medida.
Hermanos, jamás veremos nuestra verdadera medida hasta que no nos acerquemos a Dios genuinamente.
Mientras tanto estaremos midiéndonos al lado de una regla torcida: el orgullo:
El apóstol Pablo explica en 2 Corintios 10:12,13:
“Porque no nos atrevemos a contarnos ni a compararnos con algunos que se alaban a sí mismos; pero ellos, midiéndose a sí mismos por sí mismos, y comparándose consigo mismos, no son juiciosos.
Pero nosotros no nos gloriaremos desmedidamente, sino conforme a la regla que Dios nos ha dado por medida, para llegar también hasta vosotros”.
Lamentablemente muchas personas en congregaciones se están midiendo con esta regla torcida del orgullo en vez de medirse con la regla que Dios da por medida.
Así las personas están buscando el defecto del otro para levantar su propia autoestima.
Así el orgullo no sólo está por todos lados en la congregación, sino que aún es la medida de espiritualidad. Los héroes de la religión pasan a ser los más soberbios. Aquel que más se exalta y tiene las actitudes de más superioridad y grandeza, ese es el que más respeto merece delante de todos, y el que todos quieren ser.
¡Eso es lo que pasaba en los tiempos de Jesús con los escribas y fariseos!
No sólo eran los líderes, sino que eran los más respetados.
Cuantas más actitudes tenga de súper fe, más hable de sí mismo y más famoso sea, más alto estará en la estima de todos, y será mirado pensando: “ahhh… que hombre de Dios. Yo quiero ser como él. Aleluya”.
Estos hombres de los que estaba hablando el apóstol Pablo eran así. En el versículo 12 dice sarcásticamente: “Porque no nos atrevemos a contarnos ni a compararnos con algunos que se alaban a sí mismos”.
¿Cual era la reacción de los corintios ante estos súper hombres?
Si leen las cartas de Pablo a los corintios verán que los corintios lo menospreciaban a Pablo porque lo veían como muy normalito, pero ponían en alto a los supuestos súper hombres (2 Corintios 10:10; 11:4-7).
¡Así hoy muchas veces!
¿Por qué?
¡Al estar lejos de Dios perdemos la medida de Dios y el hombre pasa a ser la regla con la que comparamos todo!
Al acercarnos a Dios vemos nuestra realidad y eso nos ayuda a ser “pobres en espíritu”. Y conforme a eso medimos todo.
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