Mateo 5:4:
“Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación”.
¿Bienaventurados los que lloran?
¿Qué afirmación es esta?
Si hay algo de lo que huye la gente de este mundo es al sufrimiento. Como seres humanos preferimos no pensar sobre lo que nos pone mal. Reflexionar sobre nuestra vida o sobre cosas profundas puede hacernos ver nuestros errores, oportunidades que desaprovechamos, incapacidades. Así es que si pensamos poco, mejor.
No queremos mirar aquello que nos puede desanimar, dar miedo o entristecer. Casi nadie quiere ir a un hospital, un funeral o visitar a alguien en desgracia. Porque dice: “es que me hace mal”. Tiene miedo que le suceda lo mismo. Por lo que prefiere mirar para otro lado.
No queremos abrir nuestros corazones a otras personas porque no queremos que nos lastimen. Insensibilizamos nuestros corazones al sufrimiento de otros porque es más fácil.
De estas formas u otras, huimos del dolor.
Pero aquí Jesús dice: “Bienaventurados los que lloran”.
No se refiere a todo tipo de lágrimas. Se refiere a las lágrimas que vienen a nuestra vida por reflexionar, inspeccionar lo que hacemos, por renunciar a la insensibilidad, por pensar más en otros que en nosotros, por ser sinceros con nosotros mismos, por arriesgarnos a ser sinceros con Dios y con otros, por acudir humildemente a Dios pidiendo ayuda.
¡Claro, a veces algo de esto puede doler, y mucho!
Pero Jesús dice:
“Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación”.
Nosotros solemos huir por nosotros mismos del dolor, pero este huir es un caso perdido, una derrota segura que nos alcanzará en algún momento.
Nos escondemos del dolor, insensibilizamos nuestros corazones, nos mantenemos distraídos con todo lo que está a nuestro alcance, hasta que el fruto de los problemas y los dolores no resueltos de raíz nos alcanzan.
En vez de esto, Jesús nos dice: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación”.
Dios, si acudimos a EL con el dolor, nos promete verdadera “consolación”. En una buena parte ya consolación presente, y otra, consolación eterna.
¡Esta es la promesa de Dios: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación”!.
Cuando una persona está lejos de Dios parte de su huir del dolor es no abrir su corazón con nadie. Nunca se relaciona profundamente con nadie. Asiste a una congregación, en el mejor de los casos realiza alguna tarea en la congregación, pero siempre se mantiene distante.
Así las relaciones en las congregaciones son tan superficiales. Se ven el domingo finalizando la reunión y se cruzan en un pasillo: “Hola hermano, ¿qué tal?”. “Bien, bien, ya sabes… Luchando para la gloria de Dios. ¿Y usted?”. “Bien, bien… Dios es bueno”. “Amén, gloria a Dios”.
¿Qué es esto?
Nada. Absolutamente nada.
Por eso mucha gente va a congregaciones grandes. Porque allí pasan absolutamente desapercibidos. Cuanto más impersonal es la congregación, mejor.
Una Iglesia donde nadie conoce a nadie realmente. Todos asisten el domingo, pero nadie sabe lo que el otro está viviendo. Eso, sin duda, es mucho más seguro.
¿Por qué queremos eso?
Porque no queremos sufrir.
Mucho menos vamos a abrirle el corazón a algún hermano más maduro contándole nuestras miserias. No sea que nos corrija.
¿Por qué?
Preferimos huir de inspeccionarnos, de ser inspeccionados, de examinarnos profundamente y que no nos guste lo que vemos.
Por lo que la gran solución es mantenernos aislados, sonrientes, positivos delante de los demás, y tener el mínimo contacto posible.
Esta es la explicación de por qué tenemos las Iglesias tan superficiales que tenemos. No tenemos el quebranto, la maduración, el carácter que trae el ser tratados por medio de la vida de Iglesia genuina.
Congregarse no es sólo asistir a eventos cristianos los domingos. Congregarse es la comunión, el conocernos, el sufrir juntos, el abrir nuestros corazones y aprender a amarnos genuinamente.
Amarnos sin conocernos es una falsedad. Para poder amarnos tenemos que arriesgarnos a abrir nuestras vidas a otros y así ser ayudados, y tomarnos el tiempo de ayudar a otros. ¡Eso es congregarse!
Lo otro, vuelvo a decir, es asistir a eventos cristianos un día a la semana.
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