4- Les parece que ya son lo que deberían ser - SERIE: COMO SE VERÍA UNA IGLESIA CON GENTE LEJOS DE DIOS.
Mateo 5:6:
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”.
En los anteriores artículos de esta serie leímos que Jesús hablaba de “los pobres en espíritu” que “lloran” viendo su gran necesidad de Dios en todo. Ellos ven su miseria y están quebrantados delante de Dios. Ellos son los “mansos” que con todas sus necesidades corren a Dios cada día para hacer lo que de otra manera no podrían hacer jamás.
Y ahora Jesús agrega: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”.
Estas personas quebrantadas no se ven a sí mismas como justas delante de Dios. Ellos saben que Dios los ha amado gratuitamente en Cristo. Los ha “amado de pura gracia” (Oseas 14:4). Y ahora no se presentan ante Dios como quienes merecen algo por su propia virtud. Ellos quieren agradar a Dios, pero dependen por completo de EL para cualquier tipo de justicia. Ellos poseen un intenso deseo de una justicia, de una piedad, que no tienen. Ellos quieren agradar a Dios, y claman a Dios para que los ayude. Dependen por completo de EL. Ellos tienen “hambre y sed de justicia”. Y Jesús los llama “bienaventurados” y les promete que Dios los ayudará. Jesús asegura: “ellos serán saciados”.
Estas personas cuando hacen algo bueno saben que fue Dios quien los ayudó a hacerlo.
Por eso el apóstol Pablo dice: “Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí” (Romanos 15:18). Y en 1 Corintios 1:31: “el que se gloría, gloríese en el Señor”.
Estos “bienaventurados”, al acercarse a Dios han visto su propia indignidad, su propia incapacidad. Han visto semejante santidad en Dios que se vieron absolutamente indignos por sí mismos.
Como Isaías. El relata en el capítulo 6 de su libro:
“En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo.
Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban.
Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.
Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo.
Entonces dije: !!Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:1-5).
Isaías se acerca a Dios y en comparación se ve absolutamente indigno, débil, incapacitado, insuficiente, “inmundo” dice él. Y hay un clamor en él de “hambre y sed de justicia”.
Cuando personas en una congregación están lejos de Dios les sucede justo lo contrario. No hay un clamor en sus corazones, no hay un anhelo, no hay una búsqueda incesante clamando a Dios por querer su ayuda, su fuerza, su gracia para agradarle. Como están lejos de Dios a ellos les parece que ya son lo que deberían ser.
Por supuesto no lo van a decir. Si les preguntas te responderán la respuesta correcta. Ellos dirán: “Ufff… necesito la gracia de Dios. Tengo tanto por mejorar”. Pero sólo están repitiendo lo que saben que es la respuesta correcta. Pero, en su corazón, tienen total tranquilidad. No tienen “hambre y sed” de más. Y muchos a esto le añaden una supuesta confianza en la soberanía de Dios: “Si Dios quiere que haga esto y aquello, EL lo pondrá en mi corazón”. “Ya Dios seguirá obrando en mí. EL me seguirá cambiando, aleluya”.
Pero eso no es confianza en la soberanía de Dios. Eso es fruto de estar lejos de Dios. Ellos no ven su condición genuina delante de Dios. Por lo tanto no hay preocupación alguna, ni clamor incesante por cambios en su corazón y conducta. Ellos, en lo profundo de su corazón, por su lejanía de Dios, están ya saciados.
Por eso Jesús dijo: “!Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!” (Lucas 6:25).
Luis Rodas
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