Al estar lejos de Dios no podemos entender las luchas de los demás.
Por esto Jesús contó la historia para ciertas personas:
Lucas 18:9:
“A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola:”.
Estas personas “confiaban en sí mismos como justos”.
¿Cual era el resultado según el versículo?
“menospreciaban a los otros”.
Aquí no dice que eran personas que clamaban a Dios por santidad e instaban a los demás a vivir en santidad. ¡NO!
Estas personas “confiaban en sí mismos como justos”. La fuente de virtud, de piedad, de justicia, eran ellos mismos.
Estas personas “confiaban en sí mismos como justos”.
Por consiguiente, como resultado, “menospreciaban a los otros”.
Y claro, cuando pensamos que por nosotros mismos somos mejores que aquellos que están luchando con cierta debilidad o dificultad, instantáneamente empezamos a pensar: “ah… no entiendo como puede hacer eso”. “Uff… es increíble… Ya le dije muchas veces esto y lo otro y no cambia”.
A veces la explicación de eso es simple: La explicación de por qué a veces nos cuesta entender cómo puede ser que las personas hagan esto o aquello es porque no entendemos nuestras propias miserias en las que necesitamos la gracia de Dios. ¡Es bastante simple!
A “unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola:”. Jesús les contó esta parábola:
Lucas 18:10-14:
“Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano.
El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano;
ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano.
Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador.
Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.
Aquí la clave es que el fariseo ya estaba saciado. El ya se veía bien. Según sus parámetros todo estaba en su lugar. Y esto lo llevaba a mirar despectivamente a otros. Mientras que el publicano clamaba a Dios. El tenía “hambre y sed de justicia”.
Por eso Jesús dice: “cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.
Mira la gran diferencia entre uno y otro:
⁃el fariseo está concentrado en su virtud y los errores del otro:
“no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano”.
⁃el publicano tiene tanto para ver en sí mismo y está tan concentrado en clamar a Dios para mejorar él, que no tiene tiempo de ver los errores de los otros en la congregación. El dice: “Dios, sé propicio a MÍ, pecador”.
Indefectiblemente, cuando no tengo consciencia de mi necesidad de misericordia, de ayuda de otros hermanos, de gracia de Dios para MÍ; me concentro en los errores de otros y en batallas doctrinales sobredimensionadas e innecesarias.
Al estar lejos de Dios pierdo la noción de mi necesidad de la gracia de Dios diariamente para mí y empiezo a discutir por internet por cosas absolutamente menores, o me pongo a condenar a otros por cosas que en realidad ni entiendo.
Pero si nos parecemos más a aquellos “pobres en espíritu”, que se atreven a mirarse a sí mismos aunque esto duela, aquellos “mansos” que dependen de Dios para todo en su vida, aquellos con “hambre sed de justicia”, el resultado será más misericordia a otros.
Por eso podemos decir que las cuatro primeras actitudes que presenta Jesús en las bienaventuranzas de Mateo 5 producen la siguientes:
“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo 5:7).
Es directamente proporcional: al ver cuanta gracia necesitamos de parte de Dios, no tenemos tiempo para concentrarnos en los errores de los demás y empezamos a guiar a otros a la gracia de Dios.
Luis Rodas
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Gracias pastor es una bendición para mi vida cristiana.
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