Una Iglesia que no se inspecciona, que no es confrontada en la enseñanza para verse a sí misma como Dios la ve, a la que sólo se le da aliento: “tú eres un victorioso”, “Dios te quiere usar”, “todo va a salir bien”; es una Iglesia que pierde la noción de cuanta misericordia necesita para vivir como debe vivir. Y como resultado, empieza a actuar como aquel fariseo de Lucas 18:10-12: empieza a sentirse bien consigo misma, a verse bien, saciada, completa, y a la vez su orgullo la lleva a concentrarse en los errores de los demás, y a pelearse y discutir por todo.
Eso es exactamente lo que le pasaba a los corintios. Ellos estaban practicando pecados bien notorios. Aún peores que la misma sociedad pagana. 1 Corintios 5:1 dice: “De cierto se oye que hay entre vosotros fornicación, y tal fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles”.
Al punto que dice el versículo que uno de ellos tenía relaciones sexuales con su madrastra.
Pero nadie decía nada. Nadie confrontaba el pecado. Todos estaban más concentrados en otra cosa. Por esto Pablo les dice: “vosotros estáis envanecidos”.
Cuando sólo nos concentramos en lo que creemos positivo y no somos confrontados con nuestra realidad ante Dios, el resultado es envanecimiento, soberbia, orgullo.
¿A qué nos lleva la soberbia?
A que en vez de concentrarnos en clamar a Dios con “hambre y sed de justicia”, nos dedicamos llenos de soberbia a:
1- criticar a los demás
2- amargarnos por lo que nos hacen los demás
3- competir con los demás para lograr los mejores puestos dentro de la congregación
Perdimos la noción de Dios, su inigualable Persona, y nuestra necesidad diaria de EL. Y ahora todo es humano, desgastante, rutinario y lleno de luchas carnales.
Y esto era exactamente lo que pasaba con los corintios. Pablo escribe: “hay entre vosotros contiendas” (1 Corintios 1:11). Y por esto los llama “carnales”, ya que sabe que están llenos de “celos, contiendas y disensiones” (1 Corintios 3:3).
Lo llamativo de los corintios es que ellos pensaban que estaban viviendo en la cúspide de la espiritualidad, ya que tenían todos los dones según 1 Corintios 1:7. Pero sus vidas eran un desastre. Por esto Pablo les dice: “Nadie se engañe a sí mismo” (1 Corintios 4:18). Y más adelante agrega: “Y si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo” (1 Corintios 8:2).
Cuantas congregaciones viven hablando de la llenura del Espíritu, y el poder del Espíritu, y los dones, y la gloria de la reunión que tuvieron, pero los congregantes practican todo tipo de pecados ocultos, jamás sus vidas cambian, están llenos de “celos, contiendas y disensiones” como los corintios.
¿Cómo puede ser que supuestamente viven reuniones de gloria, pero esas reuniones de gloria nunca producen cambios genuinos, profundos, como los de aquellos que como “pobres en espíritu” se acercan a Dios?
Lo que sucede en muchos casos es que se ora por fuego, lluvia, viento, aceite, poder, gloria, avivamiento, pero nunca se comienza el proceso de enfrentar, como los que “lloran”, nuestra realidad delante de Dios. Y por eso podemos cantar todas las canciones emotivas que queramos, y tocar todas las emociones en las reuniones, ser muy positivos, y decir que viene el avivamiento tan esperado; pero nada de eso sucederá en realidad. Porque Dios dice: “cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.
Necesitamos humillarnos delante de Dios, y necesitamos que la congregación nos ayude a ver a través de enseñanzas bíblicas nuestra realidad ante Dios. Recién ahí nos acercaremos genuinamente a Dios, y pronto el resultado se verá.
En vez de estar concentrados peleando con otros, estaremos concentrados en ayudar a otros.
Jesús, luego de hablar de personas quebrantadas que se ven a sí mismas “pobres en espíritu” (Mateo 5:3,4), cuya única esperanza es Dios (Mateo 5:5,6), agrega en el versículo 9:
“Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”.
Como explica Donald Carson, estos “bienaventurados”, “en vez de deleitarse en divisiones, amarguras y contiendas… se deleitan llevando la paz siempre que sea posible” (“Comentario de Mateo”. Pag. 152).
Estos, dice Jesús, “serán llamados hijos de Dios”.
Aquí habla tanto de formar relaciones de paz con otros, ayudar a otros a tener relaciones de paz, como encontrar la paz en su relación en Cristo con Dios.
A estas personas les importan los demás. Y los van a guiar a una verdadera paz.
Luis Rodas
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