Los escribas y fariseos aseguraban que uno podía vivir buscando el bienestar propio en este mundo y a la vez ser un hombre muy piadoso, un siervo de Dios (Lucas 16:14,15).
Por eso Jesús agrega rotundamente:
Mateo 6:24 “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”.
Según Jesús no hay ninguna duda. Es lo uno o lo otro.
O vivo para buscar mi mejor vida ahora, o vivo para Dios y lo eterno.
“No podéis servir a Dios y a las riquezas”.
Jesús explica que eso que más valoramos, ahí está puesta nuestra mirada, nuestra meta, eso es lo que anhelamos (Mateo 6:19-21). Y ahora agrega que eso que más valoramos, es lo que anhelamos, por tanto a eso realmente nos dedicamos.
Imagínate que podemos ir a una congregación y cantamos: “Dios, precioso, tú eres el amor de mi vida”. Y luego oramos y decimos: “Señor, quiero más de ti”. Pero Dios ve nuestra vida y ve que hemos estado dedicados plenamente en los últimos 10 años a aquello que pensamos que nos dará la mejor calidad posible que podíamos alcanzar.
Es como ver a un jugador de fútbol. Está dispuesto a alejarse de su familia, vivir cuidándose en las comidas, renunciar a la vida que cualquier joven lleva, se cuida de dormir sus 8 horas, entrena todo el día toda la semana, los fines de semana está concentrado para jugar su partido, no deja de hablar de fútbol…
¿Será muy difícil saber que es lo que más valora y por tanto dónde está puesta su mirada, su anhelo?
Por eso Jesús dice: “Ninguno puede servir a dos señores”.
Un esclavo sólo podía ser de un amo.
¡Eso para lo que vivo es mi amo!
¿Qué voy a hacer con mi vida?
¡Lo va a determinar eso que más valoro, por lo tanto ahí está mi búsqueda, por consiguiente por eso me esfuerzo!
Si vivo para conseguir mi mejor bienestar en este mundo, de eso tengo que esperar el fruto.
Si vivo para servir a Cristo, de EL tengo que esperar mi recompensa presente y futura.
“No podéis servir a Dios y a las riquezas”.
Un esclavo no podía dividir su lealtad hacia dos amos. Debía su lealtad a su amo.
Así nosotros o dirigimos nuestra lealtad al bienestar de este mundo, o dirigimos nuestra lealtad a qué quiere Cristo que hagamos.
Pero ¡cuidado! Corremos el peligro de pensar que todo este discurso es sólo para los ricos y para amonestar a ciertos religiosos de la época de Jesús.
Muy alejado de la realidad.
Hay algo que podemos llamar “zona de confort”. Es esa clase de vida con la que me siento más seguro, estable, cómodo.
Hay una realidad: nos sentimos cómodos cuando sentimos que podemos tener el control.
La gente en Europa hace algunos años se quejaba de que el metro tardaba mucho. Por lo que una de las soluciones fue muy simple: se instalaron relojes que van contando los minutos y segundos que faltan para que llegue el próximo metro. La gente se calmó.
¿Por qué?
Porque no es lo mismo esperar 3 minutos no sabiendo cuanto falta para que llegue el metro, a tener un control de cuanto falta.
La diferencia es que nos ponemos nerviosos cuando sentimos que no tenemos control de nuestras circunstancias. Los seres humanos queremos tener el control. Y cuando las cosas se salen de nuestro control es cuando nos empezamos a desesperar.
Esa es una de las grandes razones por las que este pasaje de Jesús es tan confrontador.
Mucha gente dice seguir a Cristo, confiar en Dios, amar la Palabra. Pero la realidad es que es muy raro encontrar personas que perdieron el control de sus circunstancias y en vez de comenzar a desesperarse, confían en que está bien que sea Dios el que tenga el control de sus vidas.
Todos parecemos confiar en Dios mientras lo que nos sucede está bajo nuestro control. Pero cuando lo que nos sucede está fuera de nuestro control, ahí mostramos que confiamos primeramente en que nosotros tengamos el control, y Dios apenas ocupe el lugar de ayudarnos a que todo siga estando bajo nuestro control.
Nuestra “zona de confort” es esa clase de vida donde todo está más o menos bajo nuestro control, donde todo es previsible, medianamente seguro. Nos movemos en aquello que conocemos, y nos da cierta tranquilidad.
¡Para los ricos es todo lo que su dinero y poder pueden comprar!
Para el resto es todo eso que hacen cada semana y que ya sienten que les da cierta seguridad, tranquilidad, comodidad, previsibilidad.
Mientras hagan esto y esto, conseguirán esto y esto, y pueden esperar esto y esto.
Su "zona de confort" es su gran tesoro. En algunos casos la persona vive en una situación económica mala, en una zona peligrosa, en un trabajo donde lo maltratan, su matrimonio es inexistente, no tiene las mínimas comodidades. Pero... la persona... dice estar "cómoda". Y ante cualquier posibilidad de mejora, rápidamente mostrará que prefiere seguir con lo que define como "su comodidad".
Esa "comodidad" no es porque su situación sea tan buena que está "cómodo". ¡NO! ¡En absoluto!
Su comodidad está determinada por completo por su "zona de confort". Esa forma de vida que ya conoce y le permite vivir rutinariamente, sin sorpresas, sin sobresaltos.
El valora esto por encima de cualquier mejora, y prefiere seguir así.
Aún cuando practica alguna religión, sólo la practicará si de alguna manera forma parte de su "zona de confort" o piensa que le garantizará más su "zona de confort". Un dios que le haga pensar que su "zona de confort" jamás será perdida.
Jesús, con este mensaje, está guiándonos, ni más ni menos, a renunciar a nuestra amada y primerísima en importancia “zona de confort”.
Lo que está diciéndonos es: “olvídate de tu zona de confort. Ya no vivas para mantener o acrecentar tu zona de confort personal. Que ahora tus decisiones estén determinadas por lo eterno y no por qué beneficiará tu zona de confort. Renuncia a tu zona de confort, déjame el control a mí, y yo seré tu zona de confort”.
Luis Rodas
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