10- Cultiva tu identidad: eres alguien necesitado del evangelio hoy



“La palabra verdadera del evangelio, que ha llegado hasta vosotros, así como a todo el mundo, y lleva fruto y crece también en vosotros”  (Colosenses 1:5,6).

El evangelio es el mensaje glorioso de que hay victoria en Cristo sobre todos nuestros enemigos externos e internos. Los “principados y las potestades” fueron “despojados” “exhibidos públicamente” en un desfile triunfal (Colosenses 2:15); nuestra culpa que nos entregaba en manos de nuestra condenación sin otra esperanza, fue “quitada de en medio y clavada en la cruz” (Colosenses 2:14); la condición en la que nos encontrábamos de “muertos en pecados” fue cambiada a “vida” (Colosenses 2:13) al “resucitarnos con Cristo” (Colosenses 2:12).

 El evangelio es el anuncio sin igual de Cristo, su primera y segunda venida, su muerte, resurrección, su vida y mensaje, lo cual significa para nosotros: Dios ha venido a favor de Su pueblo, ¿ahora quién contra nosotros? (Romanos 8:31)
 Por esto, como escribió William Tyndale, el reformador y traductor de la Biblia al inglés del siglo 16, el evangelio es:
“buenas, alegres, gozosas y felices nuevas
que al corazón del hombre hacen alegrar;
lo hacen de puro gozo cantar, danzar y saltar”
(“Prologue to the NT”).

 El evangelio no es sólo un mensaje que nos habla del poder de Dios. NO SÓLO ESO.
 El "evangelio ES poder de Dios" (Romanos 1:16).
 No sólo el "poder de Dios” que me rescató en aquel momento decisivo en el que fui “librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de Su amado Hijo” (Colosenses 1:13).
El evangelio es “poder de Dios” en cada creyente HOY.
 Es el poder que me rescata de mí mismo cada día. Es, como leímos al principio, la “palabra verdadera que ha llegado hasta nosotros, así como a personas en otras partes del mundo, y lleva fruto y crece en nosotros” (Colosenses 1:5,6).
 No sólo operó un día resucitándonos de entre los muertos cuando el “evangelio no llegó a nosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre” (1 Tesalonicenses 1:5). Sino que “desde el día que oímos y conocimos la gracia de Dios en verdad” (Colosenses 1:6) esta “buena nueva” (Hebreos 4:2) va operando sin detenerse jamás.

DA FRUTO Y CRECE
 En el versículo que leímos al principio no sólo Pablo les habla de una obra pasada, sino que les afirma que el evangelio “lleva fruto y crece”. No sólo en los colosenses, sino en personas de “todo el mundo” (1:6).

 El evangelio no es sólo un mensaje para personas “sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Efesios 2:12). El evangelio es el mensaje que necesitas hoy tanto como cuando estabas sin Cristo (1 Pedro 1:25-2:3).
 Como muy bien escribió John MacArthur:
 “El evangelio… es una realidad viva, en continuo movimiento y crecimiento. Lleva fruto y se expande… Posee un poder divino que lo impulsa a crecer de la misma manera que una semilla de mostaza crece hasta convertirse en un árbol (Mateo 13:31,32)... El evangelio viviente es el poder que transforma” (“The MacArthur New Testament Commentary: Colossians”).

 Hace poco hablé con un joven que en pocas y sinceras palabras me dijo que se estaba hundiendo desesperadamente al verse a sí mismo. Y que cuanto más intentaba dominar los horrores que estaba viendo en él, nuevos errores y peores florecían. Su expresión fue: “estoy entrando en desesperación”.
Fue tan hermoso ver eso. Ahí tenía delante mío a este joven pecador, allí estaba Adán encontrándose con su locura (Génesis 3:8-24); a Job “en polvo y ceniza” diciendo “me aborrezco” (Job 42:6); a David “encorvado y humillado” (Salmo 38:6) exclamando “tus saetas cayeron sobre mí… y mis iniquidades se han agravado sobre mi cabeza” (Salmo 38:2,4); frente a aquel hombre de hace casi 2000 años que gritaba “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:24)…. Ahhhh…. ¡qué privilegio!...

 ¿Qué necesitaba este joven?
 Lo mismo que necesito yo cada día. Me sumé a su clamor desesperado por rescate de él mismo, y le conté cuanto yo había necesitado el evangelio para pararme en el púlpito ese día y aún para vivir. Y disfrutamos juntos con lágrimas las palabras de John Newton en sus últimos años de vida. El estaba perdiendo la memoria. En ese momento le dijo a alguien cercano: “Sí, estoy perdiendo la memoria. Pero hay algo que no olvido. Yo soy un gran pecador, y Cristo es un Gran Salvador”.

 ¡Este, hermanos, es el poder en el que necesitamos pararnos cada día. La "gracia de Dios en verdad” que "da fruto y crece en nosotros” (Colosenses 1:6) rescatándonos de nosotros mismos HOY...


Luis Rodas


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