Estamos viendo algunos puntos principales de lo que es y qué fruto produce la “comunión intima con Dios” en 5 puntos. Ayer vimos el primero, y hoy seguimos:
2- Protección especial y cercana:
Salmo 27:5 "Porque él me esconderá en su tabernáculo en el día del mal;
Me ocultará en lo reservado de su morada;
Sobre una roca me pondrá en alto".
Cuando crucificamos nuestra carne y vivimos en comunión íntima con Dios, las tentaciones disminuyen y las que inevitablemente continúan se vuelven menos poderosas en nosotros.
Nuestra carne se comunica perfectamente con el espíritu de este mundo. Las tentaciones tiran, combaten, se vuelven tarde o temprano insoportables. En la carne todo es más tentador y las promesas de este mundo se vuelven mucho más creíbles.
¿Por qué? Porque está dominándonos nuestra mente carnal. La “vanidad de la mente” lo llama Efesios 4:17.
Así es como nos perdemos muchas veces en el sin sentido de este mundo. Cuantas personas cuando se trata de defender la fe se presentan como “confiados”. Ellos son más mansos que Jesús al respecto. Pero cuando comienza el mundial de fútbol son capaces de pelearse por internet con el que sea por su selección.
La “vanidad de la mente” carnal.
Cuando vivimos en comunión intima con Dios estamos en la torre de protección del Señor. La triple coalición que nos ataca (el diablo, el mundo y la carne) dejan de dominarnos y nos encontramos fuertes en Dios (Salmo 61:4).
“El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombre del Omnipotente” (Salmo 91:1)
Por esto Efesios 6:11 nos dice: “vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las acechanzas del diablo”.
No tenemos más opciones: O estamos siendo guiados en la comunión intima con Dios hacia una vida de adoración, o estamos siendo guiados por nuestra carne hacia el mundo.
En el descuido la corriente de este mundo nos arrastra. Solo en la comunión intima diaria con Dios somos guardados de la vanidad de este mundo (Salmo 119:36,37).
Las obras de la carne nos guiarán a lo peor (Gálatas 5:19-21). Pero si por el contrario andamos en el Espíritu veremos Su fruto en nuestra vida:
“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22,23).
Por eso el mandato en Gálatas 5:16 es: “Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne”.
Esto también lo vemos en nuestras aflicciones. Al vivir en comunión intima con Dios enfrentamos nuestras aflicciones de forma muy diferente (Salmo 119:92; 94:18,19).
3- Sensibilidad al pecado y humildad:
El carnal huye de la comunión intima con Dios. La primera reacción ante Dios de Adán y Eva cuando cayeron fue de esconderse de Dios: “y el hombre y la mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios” (Génesis 3:8).
Juan 3:20,21 "Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas.
Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios".
El que vive en su carnalidad tropieza y ni sabe donde tropieza (Proverbios 4:18,19).
Se sienten mal y ni saben porqué. Actúan mal y cuando alguien se los dice se sorprenden y se enojan. Por eso Jesús dijo: “el que anda de noche, tropieza, porque no hay luz en él” (Juan 11:10).
Nosotros debemos ser los primeros en darnos cuenta cuando nos equivocamos. Y si estamos irritados, molestos o sin paz, nuestra comunión intima con Dios debe darnos no solo el alerta, sino la razón.
Pero en la mente carnal los pecados son terriblemente minimizados.
La conciencia se insensibiliza y los pecados entran con facilidad. Nuestra mente es como un escudo antimisiles que no detecta los embates del enemigo.
Pero cuando nos acercamos a Dios la conciencia vuelve a sensibilizarse y el pecado se comienza a ver más como Dios lo ve.
Isaías 6:1-5 "En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo.
Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban.
Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.
Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo.
Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos".
Esto nos lleva al siguiente punto, con el cual continuaremos mañana.
Luis Rodas
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Etiquetas:
La comunión íntima con Dios
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