Desde aquel ataque feroz, trágico y efectivo de Satanás en el huerto del Edén, Dios aseguró que entraría en guerra y vencería. Habría una “enemistad”, un conflicto intenso, y una victoria a través de un golpe mortal, una “herida en la cabeza”. Y en esta guerra no sólo estaría involucrado Dios y Satanás, sino su pueblo y el suyo (Génesis 3:15).
Esto se manifestó con la máxima rapidez. Adán y Eva tienen dos hijos. Uno de ellos, Abel, presenta una ofrenda a Dios “y miró Jehová con agrado a Abel y su ofrenda” (Génesis 4:4). Pero el otro hijo, Caín, también presentó una ofrenda, “pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya” (Génesis 4:5). Por lo que Caín, “que era del maligno” (1 Juan 3:12), “se levantó contra su hermano Abel, y lo mató” (Génesis 4:8).
Luego, según Génesis 4:25, Dios dio un sustituto de Abel, Set (cuyo nombre significa “Sustituto”), y a través de él “los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová” (Génesis 4:26).
Pero mientras un pueblo buscaba a Dios (por ejemplo Enoc y Noé), el otro pueblo, entremezclado ya entre las familias, pensaba “de continuo solamente el mal” (Génesis 6:5). Por lo que Dios determina traer un juicio, manifestar su justicia.
Por un lado salva a Noé, a quien Génesis 6:9 lo describe como “varón justo, perfecto en sus generaciones, que caminó con Dios”. Y esto bajo la pura gracia (Génesis 6:8). El creyó a Dios, por lo tanto obedeció (Hebreos 11:7).
Por el otro lado Dios condenó a sus enemigos, los declaró culpables, y los sentenció trayendo un diluvio (Génesis 7).
Al concluir ese período de juicio, es difícil reconocer la diferencia entre los dos pueblos, el pecado abunda, hasta que Dios habla con un hombre llamado Abram, y le anuncia que de su descendencia formará su pueblo (Génesis 12:2,3). De Abraham nace Isaac, de Isaac nace Jacob, y de Jacob nacen los 12 hijos que conformarán el pueblo de Israel.
Mientras este es el pueblo de Dios, su “especial tesoro sobre todos los pueblos”, su “gente santa” (Exodo 19:5,6); el mundo está lleno de personas adorando demonios y practicando todo tipo de inmoralidad que llega a su colmo (Génesis 15:16). Por lo que Dios preserva a su pueblo, mientras lo usa para traer juicio sobre las naciones paganas, sus enemigos (leer el libro de Josué; 1 Samuel 15:2,3).
Pero no era tan fácil.
Rápidamente se nota en la historia que los enemigos de Dios, aquellos que Dios vencería, también estaban dentro de los descendientes de Abraham. No era tan fácil como rastrear su familia o mirar si estaban circuncidados como todos los israelitas. ¡NO! Los enemigos de Dios también estaban dentro de aquellos que EL había redimido de Egipto.
Y estos enemigos innumerables veces se comportaron como Caín al matar a Abel. Se volvieron contra Moisés en sus pruebas en el desierto, se volvieron contra Josué y Caleb cuando los querían animar para entrar en la tierra prometida, pecaron indiscriminadamente en la época de los jueces, Saúl persiguió a David para matarlo, muchos reyes y muchos sacerdotes sacrificaron a demonios en lugar de adorar a Dios, incluso pasando a sus hijos por el fuego.
Cuando Dios enviaba a sus profetas para advertirles, los encarcelaron, torturaron y asesinaron (Hechos 7:52).
Así, estos enemigos de Dios, “hijos del diablo” (Juan 8:44), “cizaña” sembrada en el mundo por el diablo, “hijos del malo” (Mateo 13:38,39), decididos a “romper sus ligaduras, echar de ellos sus cuerdas” para rebelarse a Dios por completo (Salmo 2:1-3); hicieron lo mismo con el mismo Hijo de Dios, y dijeron en sus corazones: “este es el heredero; venid, matémosle, para que la heredad sea nuestra” (Lucas 20:9-18). Por lo que no sólo lo golpearon y escupieron, sino que lo asesinaron.
Y luego, como Jesús había anticipado, hicieron lo mismo con la Iglesia de Cristo (Mateo 10:16-18; el libro de Hechos; 2 Tesalonicenses 1:3-10; Filipenses 1:27-30).
Por lo que las Escrituras reflejan una promesa esencial: ¡Dios hará justicia!
Y de esto vamos a seguir hablando en la próxima reflexión.
Luis Rodas
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