19 Los hijos del reino - Reflexiones acerca de la Navidad



Como ya vimos, el reino del Mesías, el reino de los cielos, traerá la justicia de Dios.
Por esto, cuando el padre de Juan el Bautista, Zacarías, supo por el Espíritu Santo que el nacimiento de Jesús significaba que había llegado el tiempo del Mesías, profetizó que Dios estaba “levantando un poderoso Salvador… de nuestros ENEMIGOS, y de la mano de todos los que nos aborrecieron” (Lucas 1:68-71).

Desde Génesis 3:15 en adelante vemos una guerra en la que no sólo está involucrado Dios y Satanás, sino su pueblo y el suyo. Por esto los enemigos de Dios no sólo se rebelan a Dios, sino que, desde el mismo Caín, por lo general también persiguen al pueblo de Dios.
Así vimos que Dios traerá justicia. EL, como explicó Jesús en “la Parábola del Trigo y la Cizaña”, en “el fin de este siglo” separará “los hijos del malo” y los “hijos del reino”; y “a todos los que hacen iniquidad, los echarán en el horno de fuego”. Mientras que “los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre” (Mateo 13:36-43).

Hay una enorme diferencia entre un pueblo y el otro. Unos, como enemigos, permanecen en rebelión en todas las épocas, centrados en sí mismos como sus propios dioses. Los otros, en algún momento de sus vidas, como ovejas que conocen la voz de su pastor (Juan 10:4), oyen su voz (Juan 10:16) y le siguen (Juan 10:27). Ahora le aman y quieren guardar su Palabra (Juan 14:15).
Claro, ellos también, como parte de la raza humana, fueron enemigos bajo la autoridad de Satanás (Colosenses 1:13), pero “siendo enemigos, fueron reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Romanos 5:10), fueron “libertados del pecado, vinieron a ser siervos de la justicia” (Romanos 6:17,18), y ahora son “miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19).

Son personas que buscan agradar a Dios, le temen, le aman, dan sus vidas por EL. Como Pablo dicen “el vivir es Cristo y el morir es ganancia”. Como Timoteo no buscan lo suyo propio sino lo que es de Cristo. Como Pedro y Juan están gozosos de ser tenidos por dignos de padecer por el Señor. Como Esteban en su mismo asesinato ruegan por aquellos que los están matando. Como Epafras son hombres y mujeres de oración, clamor, ruego. Como Epafrodito arriesgan sus vidas por amor de otros.

Y claro, a veces tienen algún error. Y lloran de gratitud sabiendo que ya no dependen de la perfección de su obediencia como en el antiguo pacto para permanecer como parte del pueblo bendito de Dios. Ellos saben que en el nuevo pacto tienen a su disposición siempre la buena voluntad de Dios (Lucas 2:14). Ellos alaban a Dios porque Cristo “es fiador de un mejor pacto” (Hebreos 7:22).

No es que viven como la simiente de la serpiente. No es que viven como enemigos de Dios pero imaginan que a Dios no le importa. ¡NO!
Ellos, por la fe, siguen el ejemplo de Hebreos 11, y como Abel tienen testimonio de agradar a Dios, como Enoc caminan con EL, como Noé por su fe condenan al mundo y se preparan para el juicio que viene sobre la tierra, como Abraham obedecen esperando una patria mejor, como José huyen del pecado, como Moisés ven al invisible y tienen por mayores riquezas el galardón que Dios les prometió.
Así el llamado para el pueblo del antiguo pacto era: “seréis santos, porque yo soy santo” (Levítico 11:44).
Y el llamado para el pueblo del nuevo pacto es: “sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:15).

Por lo tanto, cuando venga la justicia de Dios a través del reino que establecerá Jesús el Mesías, mientras los rebeldes serán condenados (Romanos 2:8,9), ellos serán considerados como su pueblo bendito (Efesios 1:3).


Luis Rodas


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