24 Anticipos del reino de Dios - Reflexiones acerca de la Navidad



En la reflexión anterior estuvimos hablando que la nueva creación ya comenzó.
Dios no sólo nos deja ver un anticipo interno de sus promesas finales, sino que experimentamos el poder de lo que será el nuevo mundo. Por eso Hebreos 6:5 habla de que experimentamos ahora “los poderes del siglo venidero”.
La operación constante del Espíritu Santo en el creyente, y a través de él, es una primicia y a la vez señal de la nueva creación total que Dios cumplirá.
Como escribió Charles Spurgeon: “El Espíritu Santo es la garantía de nuestra herencia; la gloria que EL nos da comienza aquí” (“Lecturas Matutinas”. Enero 1).
Cada persona regenerada en Cristo, cada fruto del Espíritu que se hace notorio, cada expresión de la santificación del Espíritu, cada don del Espíritu en la Iglesia, cada manifestación del poder del Espíritu de Dios, cada milagro, cada exhortación o consuelo del Espíritu, cada guía suya en oración, es una manifestación de lo que será finalmente, la nueva creación que Dios prometió.
Así Efesios 1:13,14, dice: “fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras (o depósito inicial) de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida”.
Dios nos permite experimentar algo de lo que viviremos cuando el reino de Dios se manifieste en su totalidad. El poder que llevará a cabo de forma completa esa nueva creación, comenzó operando en la resurrección de Jesús, y ahora opera en los hijos de Dios.

Así cada operación del Espíritu Santo es para nosotros, la Iglesia, un vistazo de lo que vendrá, un confirmarnos en nuestros corazones que Jesús verdaderamente es el Redentor prometido, que nuestra esperanza del reino de Dios es absolutamente cierta.
2 Corintios 1:21,22 “Y el que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios, el cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones”.

Cada expresión del Espíritu Santo, notoria en nosotros, a través nuestro, o a través de otros hermanos en la fe, es un aliento en nuestros corazones que nos impulsa hacia el final de nuestra esperanza.
Los milagros, los dones, el consuelo, la edificación, la exhortación, la guía específica para situaciones específicas, así como cada expresión del Espíritu Santo que experimentamos, es parte de “las arras del Espíritu en nuestros corazones”. Algo de aquello que viviremos se deja ver para nuestro aliento.
Como escribió Wayne Grudem, “los cristianos viven en una 'superposición de siglos’… ‘Este siglo’ y el ‘siglo venidero’ se traslapan ahora porque los poderes del siglo venidero han empezado en este presente siglo malo… Lo cual resulta en una distribución amplia y hasta (Pentecostés) desconocida, de los dones para el ministerio de todos los creyentes” (“Teología Sistemática”. Pag. 810).
Y como explicó George Muller, cuando vemos a Dios obrar “nuestra alma es renovada y fortalecida” (“Fe”. Día 2).

Y no sólo la operación actual del Espíritu Santo es un anticipo para nosotros de lo que vendrá, sino que también para aquellos a quienes les predicamos el evangelio.
El Espíritu Santo acompañaba el testimonio de Jesús para que otros creyeran (Juan 2:11,23; 5:20,36; 10:37)
Dios “testificaba juntamente con (los apóstoles), con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo” (Hebreos 2:4), y de esta forma miles y miles creyeron. Porque Pablo dice que el “evangelio no llegó a ellos en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo” (1 Tesalonicenses 1:5), “con demostración del Espíritu y de poder, para que su fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2:4,5).
Así, por la obra de Cristo, el Espíritu Santo acompañó a creyentes para que nos predicaran el evangelio mientras EL obraba poderosamente en nosotros. En algunos casos de forma sólo interna, y en otras incluso con milagros externos visibles. Y este poder de Dios nos confirmaba que el testimonio de la resurrección era verdadero (Hechos 4:33). El Dios que resucitó a Cristo de entre los muertos estaba operando en nosotros (Hechos 4:10).
1 Corintios 1:6-8 “Gracias doy a mi Dios siempre por vosotros, por la gracia de Dios que os fue dada en Cristo Jesús; porque en todas las cosas fuisteis enriquecidos en él, en toda palabra y en toda ciencia; así como el testimonio acerca de Cristo ha sido confirmado en vosotros, de tal manera que nada os falta en ningún don, esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo; el cual también os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo”.

Por esto, el apóstol Pedro ordena: “si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo” (1 Pedro 4:11).
Así, los dones del Espíritu Santo pueden ser señales a aquellos que visitan una congregación, de esta forma el apóstol Pablo dice en 1 Corintios 14:24,25: “si entra algún incrédulo o indocto, por todos es convencido, por todos es juzgado; lo oculto de su corazón se hace manifiesto; y así, postrándose sobre el rostro, adorará a Dios, declarando que verdaderamente Dios está entre vosotros".

La Iglesia debe manifestar el poder de Dios para que en todo Dios sea hecho notorio, para confirmar el evangelio de Cristo que predicamos a aquellos que aún no creen, y para que, como hemos visto, la esperanza a la que hemos sido llamados, sea fortalecida en nuestros corazones.

Efectos presentes de la justificación:
Antes, en la sombra, Dios habitaba, primero en el tabernáculo, luego en el templo. Ahora en la esencia misma habita en su pueblo directamente. El perdón de pecados en Cristo quitó de la forma más eficaz, plena y perfecta toda impureza, ahora el pueblo de Dios tiene la más absoluta comunión. Al punto de que ser el lugar de residencia de Dios en la tierra.

Como explica Darrell Bock, “el perdón de pecados no es un fin en sí mismo, el enfoque del perdón es remover la barrera que se paraba entre nosotros y Dios y así EL puede darnos Su Espíritu y traernos dentro de su familia eterna” (“Recovering the Real Lost Gospel”. Cap. 1).


Luis Rodas


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