Es terrible de ver el corazón muerto del típico sacerdote católico, debido a su idolatría.
Él alaba a Jesús, y a la par reza a la virgen y se postra ante imágenes de santos.
Su idolatría hace que, como escribió John Bunyan, “en una mano tenga fuego y en la otra agua”.
Pero, ¿puede suceder esto también entre nosotros?
Nosotros no rezamos a María ni nos postramos ante santos, pero, ¿puede haber idolatría también entre nosotros, y por lo tanto la misma sequedad, el mismo corazón somnoliento y apagado, el mismo mal de que nuestros labios transformen lo sublime en común, barato, vacío, aburrido y pesado?
Samuel le dijo a Saúl: “como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación” (1 Samuel 15:23).
¿Por qué compara la rebeldía y la obstinación con la idolatría?
Porque la fuente de la rebeldía y la obstinación es un ídolo en el corazón: considerar que algo es mejor fuente para uno mismo que Dios: “Quiero esto, porque esto me dará eso que espero”.
Esto nos lleva a pensar que sí puede haber ídolos entre nosotros.
Les dejo estos posibles ídolos para la reflexión:
Auto-indulgencia:
Ser el propio Papa que absuelve. “No es tan grave”. “Yo quiero cambiarlo pero me cuesta”. “Todos tenemos errores, yo voy de a poco como todos”. “Soy más débil que otros pero Dios sabe que quiero”.
En este caso se ama más la tranquilidad de consciencia que el agradar a Dios.
Una vida segura:
No soltando lo que uno imagina que le da seguridad, previsibilidad. Es uno buscando controlar su propia vida. Diciendo que confía en Dios e intentando guiar a otros a confiar en Dios, mientras uno mismo sólo confía en lo que ve, lo que tiene y aquello que, mientras está, produce confianza de que todo va a estar bien.
Ante la posibilidad de cambio, aunque sea posible una gran mejoría, siempre se prefiere seguir lo ya conseguido. Porque el gran valor es sostener la seguridad conseguida.
Comodidad:
Puede variar infinitamente en lo que cada persona llama “comodidad”. Un rico le llama “comodidad” a todo el bienestar que le puede dar su dinero, mientras aquel de baja condición se aferra a una comodidad de simplemente levantarse a la hora que le parece, no rendir cuentas a nadie y no hacer nada durante el día.
Pero en todos es ese ídolo que se infiltra en el corazón y hace que la persona, al tener que tomar decisiones, piense en términos de: ¿qué mantendrá mi comodidad? ¿Esto que debo decir o hacer, perturbará mi comodidad?
La comodidad pasa a ser un valor principal que sólo permite unas pocas acciones que molesten lo mínimo posible su reinado.
Amar la buena opinión de otros:
Es el gusto por ser considerado positivamente por otros. Lo peor que le puede pasar a alguien así es ser malentendido, quedar expuesto, ser menospreciado o dejado de lado.
Ante estos y otros ídolos hay un SÓLO camino: soltar nuestras vidas.
“El que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mateo 10.38).
“El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará” (Juan 12:25).
La única muerte de estos ídolos es matar nuestra confianza que estas cosas son una mejor fuente para nuestro bien que Dios mismo.
Si Dios es nuestra fuente necesitamos soltar nuestras vidas en sus manos, dedicarnos a ver qué quiere EL de nosotros, y hacerlo. Sin medir nunca más lo que hacemos o decimos a través de estos ídolos.
¡Lanzarnos a vivir para EL sin medir más las consecuencias disfrazándolo de prudencia!
Hasta ese momento, mientras no hagamos esto, siempre le estaremos llamando “Dios”, a ese Ser que queremos cerca siempre y cuando no se meta con nuestra auto-indulgencia, una vida segura, la comodidad y el logro de la buena opinión de otros.
Siempre queriendo atravesar el campo de misión como un jardín de reposo y bonitas vistas. Alabando a los soldados pero sin la intención de entrar demasiado en la guerra. Con la espada en la mano pero sólo para disfrutar de lo imponente que se ve uno con ella. Vestido para el trabajo con el arado pero dejando pasar el tiempo de la siembra. Viendo a los peregrinos y describiendo poéticamente su audacia, pero con fobia a los viajes y anclado a 2 metros cuadrados de propiedad. Cantándole al que murió en la cruz, y rogándole no tener que morir nunca.
Como escribió William MacDonald: “No puedo ya considerar más mi cuerpo como posesión propia. Si he de tomarlo y usarlo de la manera que quiera, entonces estoy actuando como un ladrón, pues tomo lo que no me pertenece”.
Luis Rodas
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