Este es un mundo en turbación y aflicción.
Un ser humano no puede tener algún tipo de paz por sí mismo aquí sin pecar de indiferencia, autoengaño y soberbia.
Aún si intenta aislarse en el lugar más recóndito y solitario su misma mente encuentra rápidamente turbaciones y aflicciones.
El hombre en sí, en su rebelión contra Dios, quedó bajo un estado aguerridamente ineludible: la falta de paz.
Isaías 48:22 afirma con claridad: "No hay paz para los malos".
Y Romanos 3:16,17 agrega: "Quebranto y desventura hay en sus caminos; y no conocieron camino de paz".
Entre los males pasados, los presentes y los posibles en el futuro próximo hay tanta diversidad y abundancia que ninguna lista podría abarcarlos, y pocos desvarían lo suficiente como para negarlos.
Aún Sigmund Freud reconocía 3 fuentes para estos males:
- desde el propio cuerpo
- desde el mundo exterior
- desde las relaciones con otros seres humanos
Y a esto deberíamos agregarle el alma atribulada del pecador.
En medio de esta realidad irrefutable, el apóstol Pablo en este pasaje destila desde su pluma tesoros invalorables. Gemas pulidas y radiantes para el alma: la paz de Dios.
Cuán sorprendente, que maravilla indecible, que noticia traída en cofres de oro: el ser humano tiene posibilidades de hallar, ni más ni menos, que PAZ.
Este versículo puntualmente que leímos al principio, enseña y ofrece a los mortales "paz" que puede "guardar corazones y pensamientos".
No una paz producto de la indiferencia, autoengaño y soberbia, como "el mundo la da" (Juan 14:27).
Sino aquella impensable, la que "sobrepasa todo entendimiento", "la paz de Dios" en un mundo como este.
Como muy bien describe el himno de W.D. Cornell:
"¡Paz! ¡paz! maravillosa paz,
viniendo del Padre de lo alto;
ruego que inunde mi espíritu siempre,
en olas insondables de amor.
Vaya tesoro que tengo en esta maravillosa paz".
Luis Rodas
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