Paz firme




“Así que, hermanos míos amados y deseados, gozo y corona mía, estad así firmes en el Señor, amados” (Filipenses 4:1).

Aquí, el apóstol Pablo, comienza mostrando su afecto profundo hacia los filipenses: "hermanos míos amados y deseados, gozo y corona mía". Y luego en su amor pastoral presenta el primer gran consejo del capítulo:
"estad así firmes en el Señor, amados".

Sin duda, sin absolutamente ninguna duda, y viendo como ya dijimos la situación de este mundo, podemos afirmar que NO hay paz sin este "estar firmes en el Señor".
La base de nuestra paz es nuestra "firme" fe "en el Señor".

Los filipenses debían "guardarse de malos obreros" que buscaban distraerlos de mantener su confianza sólo en Cristo (Filipenses 3:2-9).
Por esto el consejo fue claro: "estad firmes en el Señor" (4:1).
Debían aferrarse a la "justicia... que es por la fe de Cristo" (Filipenses 3:9).
En este caso particular se trataba de personas, "enemigos de la cruz de Cristo" (Filipenses 3:18).

Pero estos "enemigos" pueden ser muy variados en nuestro corazón, y no solamente falsos maestros de los que debemos cuidarnos.
Entre estos "enemigos de la cruz de Cristo" encontramos uno muy peligroso: el orgullo (en Filipenses 2:3-11 Pablo lo ataca).
Este terrible enemigo provoca dos grandes plagas que parecen contrarias: la confianza en uno mismo y la culpa sin consuelo.
Son dos extremos que comparten la misma fuente.
La confianza en uno mismo es de las víboras más escurridizas que puedas encontrar. Puede inmiscuirse cuando aciertas, y logra introducir su veneno aún haciéndote estar orgulloso de tu humildad al reconocer tus errores.

Por el otro lado, la culpa sin consuelo sólo demuestra que nuestro orgullo nos había llevado a confiar que nuestra relación con Dios se sostenía por nuestra propia virtud. Y ahora, al encontrarse con un grave error propio, no encuentra manera de restaurar la relación quebrada.
Tanto lo uno como lo otro son enemigos de nuestra paz en Cristo (Romanos 5:1).
Ante la confianza en nosotros mismos no paramos de intentar mostrarles a los demás nuestro valor, para que alimenten con su admiración y elogio nuestro amor propio.
Ante la culpa sin consuelo nos amargamos y hasta comenzamos a herir a otros empujados por nuestra frustración.

Ante todo esto, nos puede ser útil recordar una historia que leí alguna vez.
Una mujer vio un programa de televisión donde se presentaban los padres de un joven que había muerto en un accidente de autos, junto con el mejor amigo de él que por conducir ebrio provocó su muerte.
Lo raro del caso es que estos padres, lejos de resentirse contra el amigo de su hijo culpable de su fallecimiento, no sólo lo habían perdonado, sino que lo habían adoptado como hijo.
Ahora este joven ocupaba el lugar de la mesa que antes ocupaba su verdadero hijo, dormía en su cama, trabajaba con su padre y compartía sus ganancias.

¿Por qué hicieron esto?
Esta mujer que miraba este programa de televisión intentó ponerse en el lugar de esos padres, y no pudo. Ella pensaba: "yo no podría hacer eso con el causante de la muerte de mi hijo".
Pero de pronto, llorando, pudo sentir en su corazón suavemente: "No es extraño que no puedas identificarte con ellos. Te has puesto en el lugar equivocado. Tú, hija mía, eres el conductor".

Aquí es donde se cumple la profecía de Isaías acerca del pueblo del nuevo pacto: "mi pueblo habitará en morada de paz, en habitaciones seguras" (Isaías 32:18).

Permanece "firme en el Señor", que la fuerza de tu salvación sea Cristo, y tu paz será firme.


Luis Rodas


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