“Ruego a Evodia y a Síntique, que sean de un mismo sentir en el Señor” (Filipenses 4:2).
Quizás es tu caso: comenzaste asistiendo a una congregación sabiendo que las personas allí no serían perfectas, pero casi.
Tal vez tendrían algún error imperceptible, un tropiezo en algún escalón en la Iglesia, un vaso que se les cae, el olvido de un abrigo un domingo, pero... sin duda nada peligroso, nada que pueda ocasionarte algún dolor a ti.
Pensabas: "ahora estoy entre gente santa, relaciones seguras".
Pronto la realidad te acompañó a un día de reunión.
Primero intentaste asimilarlo como todo un creyente en Cristo.
Luego lo hablaste con otro hermano, y la conversación avanzó del tono de pregunta hacia la murmuración sutil, hasta que finalmente llegó la queja formal.
Con el tiempo se entremezclaron los casos donde los errores de otros te hicieron tropezar, con las veces donde la vitalidad de tu amargura y resentimiento te hacía concentrarte siempre en lo negativo. Siempre había algo malo para mencionar.
La conclusión llegó inevitable: echaste de tu corazón con ceño fruncido la más mínima idea de volver a relacionarte de forma cercana con cualquier hermano de la congregación.
Quizás sonreirías, conversarías de cosas tan profundas como "que lindo día hace hoy", y luego a casa.
Pero mientras el amor comprometido se iba resignado, la paz en tus relaciones y la paz de tu propio corazón también decidían que debían marcharse.
En el versículo que leímos al principio, podemos ver que los problemas en las congregaciones no son única propiedad de las Iglesias del siglo XXI.
Los filipenses también vivían problemas en la congregación.
Les escribe el apóstol Pablo:
"Ruego a Evodia y a Síntique, que sean de un mismo sentir en el Señor" (Filipenses 4:2).
Pablo le ruega a dos hermanas, Evodia y Síntique, que solucionen su conflicto: "sean de un mismo sentir en el Señor".
Y aún le pide a alguien de su confianza, que las ayude en este conflicto:
"Asimismo te ruego también a ti, compañero fiel, que ayudes a éstas que combatieron juntamente conmigo en el evangelio, con Clemente también y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida" (Filipenses 4:3).
¿Por qué la paz entre hermanos muchas veces sufre tantos combates?
Por un lado, porque convivimos con personas imperfectas en proceso de maduración.
Por otro lado, porque esos conflictos hacen que personas imperfectas como nosotros maduremos.
Los hermanos a tu alrededor, con sus errores, son un medio para que madures.
Pablo no le dice a estos filipenses: "Qué raro. ¿Hay conflictos?. Quiten a Evodia inmediatamente. ¿Se equivocó? Fuera. Ya bastante tenemos con la persecución".
Claro, por supuesto, cuando una persona está dedicada en todo momento a provocar conflictos, y va generando divisiones en la Iglesia, el liderazgo de la congregación debe actuar (Tito 3:10).
Pero si simplemente se trata de los conflictos normales de hermanos que están madurando juntos, ahí también podemos ver al Señor.
No huyas de los problemas, no busques un mundo sin dificultades y sin mal entendidos.
No busques que todo sea fácil y a tu gusto, porque vas a estar huyendo del Señor mismo.
Dios está al control como Dios soberano, y EL usa todo eso en tu vida para limpiarte, podarte, fortalecerte, guiarte en tu maduración, y así finalmente des el precioso fruto de un carácter piadoso (Juan 15:1-8).
Luis Rodas
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