¿Podrá pasarnos que teniendo el glorioso evangelio de Jesucristo, las incomparables buenas nuevas a nuestro alcance, gozo y alegría a la altura de Dios, sigamos con corazones en oscuridad, incrédulos, secos; como si las buenas nuevas nunca hubieran llegado?
¿Estamos concentrados en la gloria del evangelio y viviéndolas?
¿La luz del evangelio ha llegado a nuestros corazones y todos los que nos conocen lo ven?
Qué diferente se vive cuando nuestros ojos tienen delante todo el tiempo la fe de que Dios hará grandes cosas con nuestra vida, familia y ministerio. Que diferente es cuando oramos. “Señor, no me dejes fuera. Limpia en mí lo que tengas que limpiar. Pero muestra tu gloria en mi vida, familia y ministerio. Yo quiero servirte, glorificarte, amarte con todo lo que me confías. Sé que tú harás lo imposible”.
Que diferente es cuando creemos que lo que nos espera en el futuro cercano, es ser un medio que Dios usa en esta generación; y en el futuro final, el reino de Dios en la tierra.
¡Que diferente!
Cuando nuestros ojos, corazones, mentes, están llenos de lo que Dios hará.
Y vienen los millones de enemigos que quieren que permanezcas con un corazón lleno de basura, contaminado, siendo una avioneta rota, anclado a los problemas, “es imposible”, la mentalidad de pueblo chico donde lo más importante que sucede es la lámpara que hay que cambiar en la plaza del pueblo o el nuevo familiar que llegó de la familia fulano de tal.
Pero tú te rebelas a seguir ahogado, aplastado. Y decides creer, volar… Confiar en que Dios sí puede hacer algo glorioso con tu vida.
Tú no puedes. Pero EL sí. EL te ama, eres su hijo, y EL está contigo en todo momento.
“Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mateo 28:20).
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